EVANGELIO DEL DÍA: Jn 3,16-21: Dios mandó su Hijo para que el mundo se salve por él.

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EVANGELIO DEL DÍA:
Jn 3,16-21: Dios mandó su Hijo para que el mundo se salve por él.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz y para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

El Evangelio de hoy nos presenta el amor de Dios, de entrega, de vida en plenitud…Dios ama a cada hombre hasta el extremo, “Dios ama tanto al mundo…” podemos afirmar: Dios me ama tanto, Dios tiene por cada uno de nosotros un amor apasionado. Este amor transforma las vidas de quienes lo acogen. El Señor nos ama tanto que nos quiere con Él por toda la eternidad. Si recordamos con frecuencia la afirmación evangélica: “Dios ama tanto al mundo…” Dios me ama tanto a mí. Esta convicción personal nos daría la fuerza para superarlo todo. Pidamos en esta meditación la gracia de tener la misma certeza de S. Pablo: “Jesús me amó y se entregó por mí”.

El Papa Francisco comenta este pasaje evangélico en la Audiencia General del 11 de diciembre de 2013: “«Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios». Entonces, esto significa que el juicio final ya está en acción, comienza ahora en el curso de nuestra existencia. Tal juicio se pronuncia en cada instante de la vida, como confirmación de nuestra acogida con fe de la salvación presente y operante en Cristo, o bien de nuestra incredulidad, con la consiguiente cerrazón en nosotros mismos. Pero si nos cerramos al amor de Jesús, somos nosotros mismos quienes nos condenamos. La salvación es abrirse a Jesús, y Él nos salva. Si somos pecadores —y lo somos todos— le pedimos perdón; y si vamos a Él con ganas de ser buenos, el Señor nos perdona. […] El amor de Jesús es grande, el amor de Jesús es misericordioso, el amor de Jesús perdona. Pero tú debes abrirte, y abrirse significa arrepentirse, acusarse de las cosas que no son buenas y que hemos hecho. El Señor Jesús se entregó y sigue entregándose a nosotros para colmarnos de toda la misericordia y la gracia del Padre. Por lo tanto, podemos convertirnos, en cierto sentido, en jueces de nosotros mismos, autocondenándonos a la exclusión de la comunión con Dios y con los hermanos. No nos cansemos, por lo tanto, de vigilar sobre nuestros pensamientos y nuestras actitudes, para pregustar ya desde ahora el calor y el esplendor del rostro de Dios —y estó será bellísimo—, que en la vida eterna contemplaremos en toda su plenitud. Adelante, pensando en este juicio que comienza ahora, ya ha comenzado. Adelante, haciendo que nuestro corazón se abra a Jesús y a su salvación; adelante sin miedo, porque el amor de Jesús es más grande y si nosotros pedimos perdón por nuestros pecados Él nos perdona. Jesús es así. Adelante, entonces, con esta certeza, que nos conducirá a la gloria del cielo.”

En la exhortación apostólica del P. Francisco, Gaudete et exsultate, nos recuerda que “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.” (14) En la exhortación en el nº 18, nos dice: “es posible amar con el amor incondicional del Señor, porque el Resucitado comparte su vida poderosa con nuestras frágiles vidas: “Su amor no tiene limites y una vez dado nunca se echó atrás. Fue incondicional y permaneció fiel. Amar así no es fácil porque muchas veces somos tan débiles. Pero precisamente para tratar de amar como Cristo nos amó, Cristo comparte su propia vida resucitada con nosotros. De esta manera, nuestras vidas demuestran su poder en acción, incluso en medio de la debilidad humana”. (Conferencia Obispos Nueva Zelanda, 1 enero 1988).

    Dios tiene por nosotros un amor apasionado. Repitámoslo: somos muy queridos por Dios. Dios nos ama gratuitamente. Dios nos ha dado la existencia para que podamos gozar de su amistad. ¡No hay mayor dicha que corresponder al amor de Dios!. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él. Para que el hombre tenga vida, vida en plenitud, vida eterna.

Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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