EVANGELIO DEL DÍA: Jn 3,31-36: El que cree en el Hijo posee la vida eterna.

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EVANGELIO DEL DÍA:
Jn 3,31-36: El que cree en el Hijo posee la vida eterna.

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

El Evangelio de hoy nos presenta el testimonio de Juan Bautista, si en los días anteriores veíamos el encuentro del Señor con Nicodemo, el testimonio de Juan será diferente. Ve a Jesús como el que viene de lo alto, es distinto a todos los enviados de Dios anteriores, es el Hijo de Dios, Dios esta continuamente viniendo. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna. Se trata de creer, acoger esa palabra y obedecer. En la primera lectura del libro de los hechos de los apóstoles, los discípulos: Pedro y Juan nos invitan a “obedecer a Dios antes que a los hombres”.

El Papa Benedicto XVI, en el año de la fe, los miércoles los dedicó a dar unas catequesis sobre el credo, y una de ellas, concretamente, la del 23 de enero de 2013, abordó el tema de creer en Dios: “«Creo en Dios». Es una afirmación fundamental, aparentemente sencilla […] Creer en Dios implica adhesión a Él, acogida de su Palabra y obediencia gozosa a su revelación. Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, «la fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela». Poder decir que creo en Dios es, por lo tanto, a la vez un don —Dios se revela, viene a nuestro encuentro— y un compromiso, es gracia divina y responsabilidad humana, en una experiencia de diálogo con Dios que, por amor, «habla a los hombres como amigos», nos habla a fin de que, en la fe y con la fe, podamos entrar en comunión con Él. […] Abrahán el gran patriarca, modelo ejemplar, padre de todos los creyentes. La Carta a los Hebreos lo presenta así: «Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.». […] ¿Qué pide Dios a este patriarca? Le pide que se ponga en camino abandonando la propia tierra para ir hacia el país que le mostrará: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré». ¿Cómo habríamos respondido nosotros a una invitación similar? Se trata, en efecto, de partir en la oscuridad, sin saber adónde le conducirá Dios; es un camino que pide una obediencia y una confianza radical, a lo cual sólo la fe permite acceder. […] ¿Qué significa esto para nosotros? Cuando afirmamos: «Creo en Dios», decimos como Abrahán: «Me fío de Ti; me entrego a Ti, Señor», pero no como a Alguien a quien recurrir sólo en los momentos de dificultad o a quien dedicar algún momento del día o de la semana. Decir «creo en Dios» significa fundar mi vida en Él, dejar que su Palabra la oriente cada día en las opciones concretas, sin miedo de perder algo de mí mismo. Cuando en el Rito del Bautismo se pregunta tres veces: «¿Creéis?» en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica y las demás verdades de fe, la triple respuesta se da en singular: «Creo», porque es mi existencia personal la que debe dar un giro con el don de la fe, es mi existencia la que debe cambiar, convertirse. […] Abrahán, el creyente, nos enseña la fe; y, como extranjero en la tierra, nos indica la verdadera patria. La fe nos hace peregrinos, introducidos en el mundo y en la historia, pero en camino hacia la patria celestial. Creer en Dios nos hace, por lo tanto, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir comportamientos que no pertenecen al modo de pensar común. El cristiano no debe tener miedo a ir «a contracorriente» por vivir la propia fe, resistiendo la tentación de «uniformarse». En muchas de nuestras sociedades Dios se ha convertido en el «gran ausente» y en su lugar hay muchos ídolos, ídolos muy diversos,

[…] Sin embargo, la sed de Dios no se ha extinguido y el mensaje evangélico sigue resonando a través de las palabras y la obras de tantos hombres y mujeres de fe. Abrahán, el padre de los creyentes, sigue siendo padre de muchos hijos que aceptan caminar tras sus huellas y se ponen en camino, en obediencia a la vocación divina, confiando en la presencia benévola del Señor y acogiendo su bendición para convertirse en bendición para todos. Es el bendito mundo de la fe al que todos estamos llamados, para caminar sin miedo siguiendo al Señor Jesucristo. Y es un camino algunas veces difícil, que conoce también la prueba y la muerte, pero que abre a la vida, en una transformación radical de la realidad que sólo los ojos de la fe son capaces de ver y gustar en plenitud.

Afirmar «creo en Dios» nos impulsa, entonces, a ponernos en camino, a salir continuamente de nosotros mismos, justamente como Abrahán, para llevar a la realidad cotidiana en la que vivimos la certeza que nos viene de la fe: es decir, la certeza de la presencia de Dios en la historia, también hoy; una presencia que trae vida y salvación, y nos abre a un futuro con Él para una plenitud de vida que jamás conocerá el ocaso.”
Unida la fe a la obediencia, quien cree desea agradar al amado, busca su voluntad, quiere lo que Él quiere. El hombre creyente tiene dos grandes responsabilidades -podríamos afirmar-: Amar y actuar. Amar a Dios y vivir de acuerdo a lo que ese amor le lleva, esa vida cuestiona, se hace interrogante para los demás, cuestiona por su estilo de vida y su modo de ver la realidad, intenta que sean siempre a través de los ojos de Dios.

Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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