EVANGELIO DEL DÍA:
Lc 10,38-42: María ha escogido la parte mejor.
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
–Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.
Pero el Señor le contestó:
–Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy vemos el encuentro del Señor con Marta y María, en ellas vemos las dos actitudes del seguimiento: la del servicio y la contemplación, ambas muy importantes y complementarias. Marta representa una forma de vivir: “te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas…” una advertencia sobre las prioridades y un aviso con la tentación del activismo. El Papa Emérito Benedicto XVI, en el ángelus del 18 de julio de 2010, comenta este pasaje: “La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.
…la persona humana tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta la actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar; pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.”
También hoy celebramos la memoria de San Francisco, que tuvo una juventud díscola y frívola, tuvo un encuentro con un leproso que le cambio la vida, y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. En el pequeño templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen románica de Cristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa contemplación: «Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina». El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna, tomó unos cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Feligno; luego entregó el dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración del templo. Esta acción desató la ira de su padre; si antes había censurado en su hijo cierta tendencia al lujo y a la pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel donativo una ciega prodigalidad en perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba. Por ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara formalmente a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de sus propias vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello, por amor a Dios, a cualquier bien terrenal. Instituyo los Hermanos Menores y viajando, predicó el amor de Dios a todos.
Podríamos concluir como síntesis del pasaje evangélico con la regla de S. Benito: “ora et labora”. Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar, sacerdote