EVANGELIO DEL DÍA: Lc 7,1-10: Señor, no soy digno de que entres en mi casa.

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EVANGELIO DEL DÍA:
Lc 7,1-10: Señor, no soy digno de que entres en mi casa.

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún.
Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oir hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente:
-Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:
-Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «ve», y va; al otro: «ven», y viene; y a mi criado: «haz esto», y lo hace.
Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:
-Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

En el Evangelio de hoy vemos el poder de la oración de intercesión y el tesoro de la fe, el cual, es alabado por Ntro. Señor. Se resalta la humildad y la confianza. Presupuesto primero, la humildad: “no soy digno”, en cada eucaristía, antes de comulgar, repetimos estas palabras del centurión romano porque es toda una expresión profunda de fe.

El Papa San Juan Pablo II nos da toda una catequesis sobre este mismo pasaje evangélico, en la homilía del 4 de junio de 1989:

«Señor, no soy digno de que entres en mi casa».[…] Estas palabras nos resultan familiares. Las pronunciamos antes de la sagrada comunión cada vez que participamos en la Misa. […] Las palabras: «Señor, no soy digno» fueron pronunciadas por primera vez por un centurión romano, un hombre que militaba como soldado en la tierra de Israel. Aunque era extranjero y pagano, amaba al pueblo de Israel, y –como el Evangelio nos dice– incluso les había construido una sinagoga, una casa de oración. Por esta razón, los judíos apoyaron con gusto la petición que él quería hacer a Jesús de curar a su siervo.

En respuesta a la petición del centurión, Jesús parte hacia su casa. Pero en ese momento el centurión, queriendo ahorrar a Jesús el esfuerzo, le dijo: «Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres en mi casa; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra y mi criado quedará sano». Cristo accedió al deseo del centurión, pero al mismo tiempo «se admiró» de las palabras de él; y dijo a la muchedumbre que lo seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».

Si repetimos las palabras del centurión cuando nos acercamos a la sagrada comunión, lo hacemos precisamente porque estas palabras expresan una fe fuerte y profunda. Las palabras son sencillas, pero en cierto sentido contienen la verdad fundamental que expresa quién es Dios y quién es el hombre: Dios es el totalmente Santo, el Creador que nos da la vida y que hizo todo lo que existe en el universo. Nosotros somos creaturas y somos sus hijos, necesitados de curación a causa de nuestros pecados.

[…] Las palabras del centurión son la voz de la creatura que alaba al Creador por su generosidad y bondad. Efectivamente, estas palabras contienen el Evangelio entero: la entera Buena Nueva de nuestra salvación, y dan testimonio del maravilloso don de Dios mismo, expresado en la Palabra de vida. Dios regala a la humanidad un don totalmente libre: una participación en su naturaleza divina. Él dota a sus criaturas con la vida eterna en Cristo. El hombre ha sido adornado de gracia por Dios.

La fe del centurión romano era grande. Él era consciente de lo mucho que había sido «agraciado» por Cristo. Sabía que no era digno de tal don, y que este don iba más allá de todo lo que él, un mero hombre, podía alcanzar o incluso desear, pues el don es en verdad sobrenatural. Lo maravilloso de este don es que nos permite alcanzar el objeto de nuestros más profundos anhelos: vivir para siempre en íntima unión con Dios que es la fuente de todo bien.

En la Eucaristía participamos sacramentalmente en este mismo don. La Eucaristía es un memorial del sufrimiento y de la muerte de Jesús: nos llena de gracia y es una prenda de nuestra futura gloria. Mediante la fe debemos renovar constantemente nuestra gratitud por el don divino.”

Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.

Jesús Aguilar Mondéjar
Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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