EVANGELIO DEL DÍA:
Mc 1, 40-45: Quiero: queda limpio.
Se le acerca un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con un leproso. Me sigue sorprendiendo la manera con la que se dirige al Señor su petición, su necesidad: “Si quieres”, si te parece bien, le solicita permiso al Señor, es de una delicadeza extrema, poniendo su suplica en sus manos: “Si quieres”. Pero a la misma vez con la confianza extrema sabiendo que Dios siempre va a querer lo que sea mejor para nosotros, y que por lo tanto para Él “todo” es posible, aunque no todo lo que le pedimos nos conviene. Ojalá que nuestra oración sea siempre: “Señor, si quieres dame lo que te estoy pidiendo, y si no es así, concédeme lo que sea bien para mi salvación”.
Acudo a la catequesis dada por el Papa Benedicto XVI dicha en el ángelus del 12 de febrero de 2012 donde comenta este mismo pasaje evangélico: “Mientras Jesús estaba predicando por las aldeas de Galilea, un leproso se le acercó y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús no evita el contacto con este hombre; más aún, impulsado por una íntima participación en su condición, extiende su mano y lo toca —superando la prohibición legal—, y le dice: «Quiero, queda limpio». En ese gesto y en esas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, está encarnada la voluntad de Dios de curarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y arruina nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso queda derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana, entre lo sagrado y su opuesto, no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso más que el más contagioso y horrible. Jesús tomó sobre sí nuestras enfermedades, se convirtió en «leproso» para que nosotros fuéramos purificados.[…] A través de su Madre es siempre Jesús quien sale a nuestro encuentro para liberarnos de toda enfermedad del cuerpo y del alma. ¡Dejémonos tocar y purificar por él, y seamos misericordiosos con nuestros hermanos!”
Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.