EVANGELIO DEL DÍA
Mc 16-15-20: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos». Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy nos encontramos con el mandato de Nuestro Señor de predicad el Evangelio a toda criatura, y resalta que quien crea le acompañaran unos signos, liberaran de multitud de demonios, esclavitudes, se alejaran del mal y de sus artimañas, su lenguaje será comprendido porque será el lenguaje del mandato nuevo, impregnado por el amor, tocara el corazón, consolará, dará una palabra de animo al abatido, estará cargado de esperanza, sanaran, curaran, liberaran, y no permitirán que el mal les haga daño, no dejaran que les hiera, aprenderán a que las heridas les hagan más fuertes.
Acudo a la catequesis dada por el Papa Benedicto XVI, en la Audiencia de General del 24 de octubre de 2012: “Al final del Evangelio de Marcos, hoy tenemos palabras duras del Resucitado, que dice: «El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado», se pierde él mismo. Desearía invitaros a reflexionar sobre esto. La confianza en la acción del Espíritu Santo nos debe impulsar siempre a ir y predicar el Evangelio, al valiente testimonio de la fe; pero, además de la posibilidad de una respuesta positiva al don de la fe, existe también el riesgo del rechazo del Evangelio, de la no acogida del encuentro vital con Cristo. Ya san Agustín planteaba este problema en un comentario suyo a la parábola del sembrador: «Nosotros hablamos —decía—, echamos la semilla, esparcimos la semilla. Hay quienes desprecian, quienes reprochan, quienes ridiculizan. Si tememos a estos, ya no tenemos nada que sembrar y el día de la siega nos quedaremos sin cosecha. Por ello venga la semilla de la tierra buena» (Discursos sobre la disciplina cristiana, 13,14: PL 40, 677-678). El rechazo, por lo tanto, no puede desalentarnos. Como cristianos somos testigos de este terreno fértil: nuestra fe, aún con nuestras limitaciones, muestra que existe la tierra buena, donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, de paz y de amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia con todos los problemas demuestra también que existe la tierra buena, existe la semilla buena, y da fruto.
Pero preguntémonos: ¿de dónde obtiene el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo muerto y resucitado, para acoger su salvación, de forma que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: nosotros podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Resucitado, nos hace capaces de acoger al Dios viviente. Así pues la fe es ante todo un don sobrenatural, un don de Dios. […] La fe es don de Dios, pero es también acto profundamente libre y humano. […] Creer es fiarse con toda libertad y con alegría del proyecto providencial de Dios sobre la historia, como hizo el patriarca Abrahán, como hizo María de Nazaret. Así pues la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su «sí» a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este «sí» transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de significado, la hace nueva, rica de alegría y de esperanza fiable.”
Celebramos hoy la fiesta de San Marcos llegó a ser el secretario y hombre de confianza de San Pedro. El evangelio de San Marcos es como una repetición de lo que el Apóstol Pedro predicaba. San Pedro llama a Marcos en sus cartas: «Hijo mío». Y San Pablo cuando escribe a Timoteo desde su prisión en Roma le dice: «Tráigame a Marcos, porque necesito de su colaboración». Dicen los antiguos historiadores que fue un compañero muy apreciado por los dos apóstoles.
Dicen que San Marcos fue nombrado obispo de Alejandría en Egipto, y que allá en esa ciudad fue martirizado por los enemigos de la religión un 25 de abril. La ciudad de Venecia (Italia) lo eligió como patrono y construyó en su honor la bellísima Catedral de San Marcos.
Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.