EVANGELIO DEL DÍA: Mt 13,47-53: El reino de los cielos se parece también a la red.

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EVANGELIO DEL DÍA:
Mt 13,47-53: El reino de los cielos se parece también a la red.

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
-«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos les contestaron:
-«Sí.»
Él les dijo:
-«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

En el Evangelio de hoy nos compara el Reino de Dios a una red. Nos presenta el final de los tiempos. En la catequesis de la Audiencia general del P. Francisco del 11 de diciembre de 2013, lo dedica a profundizar sobre el juicio final: “Me detengo en el juicio final. No debemos tener miedo […] Cuando pensamos en el regreso de Cristo y en su juicio final, que manifestará, hasta sus últimas consecuencias, el bien que cada uno habrá realizado o habrá omitido realizar durante su vida terrena, percibimos encontrarnos ante un misterio que nos sobrepasa, que no logramos ni siquiera imaginar. Un misterio que casi instintivamente suscita en nosotros un sentido de temor, y tal vez también de ansia. Sin embargo, si reflexionamos bien sobre esta realidad, ella ensancha el corazón de un cristiano y constituye un gran motivo de consolación y de confianza.

Al respecto, el testimonio de las primeras comunidades cristianas resuena más sugestivo que nunca. Las mismas, en efecto, acompañaban las celebraciones y las oraciones con la aclamación Maranathà, una expresión formada por dos palabras arameas que, según como se silabeen, se pueden entender como una súplica: «¡Ven, Señor!», o bien como una certeza alimentada por la fe: «Sí, el Señor viene, el Señor está cerca». Es la exclamación en la que culmina toda la Revelación cristiana, […] es la Iglesia-esposa que, en nombre de toda la humanidad y como primicia, se dirige a Cristo, su esposo, no viendo la hora de ser envuelta por su abrazo: el abrazo de Jesús, que es plenitud de vida y plenitud de amor. Así nos abraza Jesús. Si pensamos en el juicio en esta perspectiva, todo miedo y vacilación disminuye y deja espacio a la espera y a una profunda alegría: será precisamente el momento en el que finalmente seremos juzgados dispuestos para ser revestidos de la gloria de Cristo, como con un vestido nupcial, y ser conducidos al banquete, imagen de la plena y definitiva comunión con Dios.

Un segundo motivo de confianza nos lo da la constatación de que, en el momento del juicio, no estaremos solos. […] Qué hermoso es saber que en esa circunstancia, además de Cristo, nuestro Paráclito, nuestro Abogado ante el Padre, podremos contar con la intercesión y la benevolencia de muchos hermanos y hermanas nuestros más grandes que nos precedieron en el camino de la fe, que ofrecieron su vida por nosotros y siguen amándonos de modo indescriptible. Los santos ya viven en presencia de Dios, en el esplendor de su gloria intercediendo por nosotros que aún vivimos en la tierra. ¡Cuánto consuelo suscita en nuestro corazón esta certeza! La Iglesia es verdaderamente una madre y, como una mamá, busca el bien de sus hijos, sobre todo de los más alejados y afligidos, hasta que no encuentre su plenitud en el cuerpo glorioso de Cristo con todos sus miembros.[…] si nos cerramos al amor de Jesús, somos nosotros mismos quienes nos condenamos. La salvación es abrirse a Jesús, y Él nos salva. Si somos pecadores —y lo somos todos— le pedimos perdón; y si vamos a Él con ganas de ser buenos, el Señor nos perdona. Pero para ello debemos abrirnos al amor de Jesús, que es más fuerte que todas las demás cosas. El amor de Jesús es grande, el amor de Jesús es misericordioso, el amor de Jesús perdona. Pero tú debes abrirte, y abrirse significa arrepentirse, acusarse de las cosas que no son buenas y que hemos hecho. El Señor Jesús se entregó y sigue entregándose a nosotros para colmarnos de toda la misericordia y la gracia del Padre. Por lo tanto, podemos convertirnos, en cierto sentido, en jueces de nosotros mismos, autocondenándonos a la exclusión de la comunión con Dios y con los hermanos. No nos cansemos, por lo tanto, de vigilar sobre nuestros pensamientos y nuestras actitudes, para pregustar ya desde ahora el calor y el esplendor del rostro de Dios —y esto será bellísimo—, que en la vida eterna contemplaremos en toda su plenitud. Adelante, pensando en este juicio que comienza ahora, ya ha comenzado. Adelante, haciendo que nuestro corazón se abra a Jesús y a su salvación; adelante sin miedo, porque el amor de Jesús es más grande y si nosotros pedimos perdón por nuestros pecados Él nos perdona. Jesús es así. Adelante, entonces, con esta certeza, que nos conducirá a la gloria del cielo.”.

Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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