Jn 13, 16-20: El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí

Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo: En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

El Evangelio de hoy comienza recordándonos que se encuentra en la última Cena, concretamente, después del lavatorio de los pies, el Señor acaba de darnos la mayor muestra de humildad y de servicio. Resuena fuertemente las palabras de Jesús: “El criado no es más que su amo”. El discípulo esta llamado a seguir a su Maestro, seguir el ejemplo del Señor no es repetir ritos, sino configurarnos con sus mismos sentimientos, es cuestión de amor y servicio, de entrega y renuncia, de obediencia y abajamiento. En el ángelus del 23 de septiembre de 2012, el Papa Benedicto XVI, profundiza en la relación del discípulo con el Maestro: “Nos recuerda que la lógica de Dios es siempre «otra» respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo por boca del profeta Isaías: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos» . Por esto seguir al Señor requiere siempre al hombre una profunda conversión —de todos nosotros—, un cambio en el modo de pensar y de vivir; requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente. Un punto clave en el que Dios y el hombre se diferencian es el orgullo: en Dios no hay orgullo porque Él es toda la plenitud y tiende todo a amar y donar vida; en nosotros los hombres, en cambio, el orgullo está enraizado en lo íntimo y requiere constante vigilancia y purificación. Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a parecer grandes, a ser los primeros; mientras que Dios, que es realmente grande, no teme abajarse y hacerse el último.”

La medida del amor es amar sin medida, -observó S. Bernardo-. Con el gesto del lavatorio nos habla de servicio y entrega de sí mismo hasta dar la vida, haciéndose el hombre para los demás. Nos invita a amar como Él nos ha amado.

El pasaje de hoy nos resalta tres actitudes a tener en cuenta: primera, que somos servidores de Cristo, y no amos. Segundo, que esa realidad no solo hemos de conocerla sino practicarla, es decir que pase por nuestra vida y la transforme. Y tercera, que hemos de intentar buscar la presencia de Dios en cada momento, acoger al otro como sería acogido por el Señor y aprovechar la ocasión para recibir en el otro al mismísimo Señor que nos da la oportunidad de servirlo en el otro.

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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