Jn 14, 1-12: Creed en Dios y creed también en mí

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

Este misma semana, concretamente, el viernes, nos acercábamos al Evangelio de hoy, y en tan poco espacio de tiempo se nos invita a acogerlo y contemplar nuestra vida ante él. Acudo a la meditación dada por el Papa Francisco en Regina Caeli del 10 de mayo de 2020: “En el Evangelio de hoy escuchamos el inicio del llamado “Discurso de despedida” de Jesús. Se trata de las palabras que Jesús dirige a sus discípulos al terminar la Última Cena, poco antes de enfrentarse a su Pasión. En un momento tan dramático, Jesús comenzó diciendo: «No se turbe vuestro corazón». También nos lo dice a nosotros, en los dramas de nuestras vidas. Pero, ¿qué debemos hacer para que no se turbe nuestro corazón? Porque el corazón se turba.
El Señor indica dos remedios para el turbamiento. El primero es: «Creed en mí». Puede parecer un consejo un poco teórico, abstracto. Sin embargo, Jesús quiere decirnos algo bastante preciso. Él sabe que, en la vida, la peor ansiedad, el turbamiento, viene de la sensación de no tener fuerzas, del sentirse solos y sin un punto de referencia ante lo que nos sucede. Esta angustia, en la que a la dificultad se le añade mayor dificultad, no la podemos superar solos. Necesitamos la ayuda de Jesús, y por esto Jesús nos pide que tengamos fe en Él; es decir, que no nos apoyemos en nosotros mismos sino en Él. Porque  la liberación del turbamiento pasa por la confianza. Encomendarse a Jesús, dar el “salto”. Y esta es la liberación de la angustia. Y Jesús ha resucitado y está vivo precisamente para estar siempre a nuestro lado. Ahora podemos decirle: “Jesús, creo que has resucitado y que me acompañas. Creo que me escuchas. Te traigo todo lo que me turba, mis problemas: tengo fe en Ti y me encomiendo a Ti”.
Además, hay un segundo remedio para la angustia que Jesús expresa del siguiente modo: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; […] voy a prepararos un lugar». Esto es lo que hace Jesús por nosotros: nos ha reservado un lugar en el Cielo. Tomó nuestra humanidad sobre sí mismo para llevarla más allá de la muerte, a un nuevo lugar, al Cielo, para que allí donde está Él, estuviéramos también nosotros. Es la certeza que nos consuela: hay un lugar reservado para cada uno. Hay un lugar para mí también. Cada uno de nosotros puede decir: hay un lugar para mí. No vivimos sin meta ni destino. Se nos espera, somos preciosos. Dios está enamorado de nosotros, somos sus hijos. Y para nosotros ha preparado el lugar más digno y hermoso: el paraíso. No lo olvidemos: la morada que nos espera es el Paraíso. Aquí estamos de paso. Estamos hechos para el Cielo, para la vida eterna, para vivir para siempre. Para siempre: es algo que ni siquiera podemos imaginar ahora. Pero aún más bello es pensar que este para siempre será totalmente en el gozo, en la comunión plena con Dios y con los otros, sin más lágrimas, sin más rencores, sin divisiones ni angustias.
Pero, ¿cómo podemos llegar al Paraíso? ¿Cuál es el camino a seguir? Esta es la frase decisiva de Jesús. Lo dice hoy: «Yo soy el camino». Jesús es el camino para subir al cielo: tener una relación abierta con Él, imitarlo en el amor, seguir sus pasos. Y yo, cristiano, tú, cristiano, cada uno de nosotros, cristianos, podemos preguntarnos: “¿Qué camino sigo?”. Hay caminos que no llevan al Cielo: los caminos de la mundanidad, los caminos para autoafirmarse, los caminos del poder egoísta. Y está el camino de Jesús, el camino del amor humilde, de la oración, de la mansedumbre, de la confianza, del servicio a los demás. No es el camino de mi protagonismo, es el camino de Jesús como protagonista de mi vida. Es ir adelante cada día preguntándole: “Jesús, qué piensas de esta decisión que he tomado? ¿Qué harías en esta situación, con estas personas?”. Nos hará bien preguntar a Jesús, que es el camino, las indicaciones para el Cielo. Que la Virgen, Reina del Cielo, nos ayude a seguir a Jesús, que ha abierto para nosotros el Paraíso”.
Es Domingo, el día del Señor, si de verdad ansias una vida en plenitud procura celebrar tu fe. Este día es consagrado a Ntro. Señor. Feliz domingo, feliz día del Señor.

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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