En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En este día en que oramos por todos los fieles difuntos, la liturgia del día nos da a elegir entre un gran numero de lecturas, he optado por proponeros este pasaje evangélico, queriendo subrayar el no tener miedo y también la invitación que nos hace a creed… hoy la Iglesia nos presenta a profundizar en el misterio de la muerte, en ese momento en el que seremos despojados de todo lo terreno, y seremos colmados de todo el amor de Dios. Nuestra vocación: la vida eterna.
Hoy celebramos la vida y no la muerte. Nuestra fe cristiana no celebra el culto a la muerte, sino a la vida. La misma visita a los cementerios, lugares de descanso, etimológicamente significa dormitorio- como bien recoge el pueblo fiel, “se durmieron en el Señor”. Es toda una llamada a la esperanza, la muerte no tiene la última palabra, la muerte no nos separa del amor que Dios nos tiene, y también a ejercitar puentes, lazos de unión, mediante la oración y el sufragio de la eucaristía podemos seguir ayudándonos en esa comunión de los santos, donde se une la iglesia que peregrina con la iglesia triunfante de los santos y donde se puede interceder por la iglesia purgante.
En Palabras del Papa Francisco, en su homilia, dicha en el cementerio romano: “La Conmemoración de los difuntos tiene este doble sentido. Un sentido de tristeza: un cementerio es triste, nos recuerda a nuestros seres queridos que se han marchado, nos recuerda también el futuro, la muerte; pero en esta tristeza, nosotros llevamos flores, como un signo de esperanza… Y la tristeza se mezcla con la esperanza. Y esto es lo que todos nosotros sentimos hoy, en esta celebración la memoria de nuestros seres queridos, ante sus restos, y la esperanza.
Pero sentimos también que esta esperanza nos ayuda, porque también nosotros tenemos que recorrer este camino. Todos nosotros recorreremos este camino. Antes o después, pero todos. Con dolor, más o menos dolor, pero todos. Pero con la flor de la esperanza, con ese hilo fuerte que está anclado en el más allá. Es esta, esta ancla no decepciona: la esperanza de la resurrección.
Y quien recorrió en primer lugar este camino es Jesús. Nosotros recorremos el camino que hizo Él. Y quien nos abrió la puerta es Él mismo, es Jesús: con su Cruz nos abrió la puerta de la esperanza, nos abrió la puerta para entrar donde contemplaremos a Dios. «Yo sé que mi Redentor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo… Yo, sí, yo mismo lo veré, mis ojos lo mirarán, no ningún otro».
Volvemos hoy a casa con esta doble memoria: la memoria del pasado, de nuestros seres queridos que se han marchado; y la memoria del futuro, del camino que nosotros recorreremos. Con la certeza, la seguridad; con esa certeza que salió de los labios de Jesús: «Yo le resucitaré el último día»”.