Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy con la parábola de la vid, se nos invita a permanecer en su amor. Varias veces nos aparece la invitación a “permanecer”, concretamente, siete, en el pasaje de hoy, permaneced en Mí, permaneced en el Señor, estar unidos a Él, para poder dar fruto, ya que sin esa unión no podríamos hacer nada por nuestra cuenta, y mucho menos, que eso pueda ser agradable a Dios, junto a esta unión, comunión con el Señor, esta el agradecimiento, uno reconoce que todo lo hemos recibido, que todo es don, que llevamos la marca de haber sido creados a su imagen y semejanza, y la potencialidad para poder amar, la cual, nos capacita la gracia.
El Papa Francisco en la homilia, del 3 de mayo de 2015, nos comenta el pasaje evangélico de este domingo y pone el acento en: “Permaneced en Mí”. No separaos de mí, permaneced en mí. Y la vida cristiana es precisamente esto: permanecer en Jesús. Y Jesús, para explicarnos bien qué es lo que quiere decir con esto, usa esta hermosa imagen de la vid: “Yo soy la vid verdadera, vosotros los sarmientos”. Y todo sarmiento que no está unido a la vid, muere, no da fruto; y luego es arrojado para hacer fuego. Sólo sirve para esto, para hacer fuego… en cambio, los sarmientos que están unidos a la vid, reciben de la vid la savia vital y así se desarrollan, crecen y dan los frutos. Sencilla, sencilla la imagen. Permanecer en Jesús significa estar unido a Él para recibir de Él la vida, de Él el amor, de Él el Espíritu Santo… Permanecer en Jesús quiere decir tener la voluntad de recibir de Él la vida, también el perdón, incluso la podada, pero recibirla de Él. Permanecer en Jesús significa buscar a Jesús, orar, la oración. Permanecer en Jesús significa buscar a Jesús, orar, la oración. Permanecer en Jesús significa acercarse a los sacramentos: la Eucaristía, la Reconciliación. Permanecer en Jesús – y esto es lo más dificil- significa hacer lo que hizo Jesús, tener la misma actitud de Jesús. […] Permanecer en Jesús es hacer lo mismo que Él hacía: hacer el bien, ayudar a los demás, orar al Padre, curar a los enfermos, ayudar a los pobres, tener la alegría del Espíritu Santo”.
El Papa Benedicto XVI El 12 de febrero de 2010 realizó una lectio Divina donde profundiza en: “Permanecer en el Señor es fundamental como primer tema de este pasaje. Permanecer: ¿dónde? En el amor, en el amor de Cristo, en el ser amados y en el amar al Señor. Todo el capítulo 15 concreta el lugar donde permanecer, porque los primeros ocho versículos exponen y presentan la parábola de la vid: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos». La vid es una imagen veterotestamentaria que encontramos tanto en los profetas como en los salmos, y tiene dos significados: es una parábola para el pueblo de Dios, que es su viña. […] Así aparece el segundo significado: el vino es símbolo, es expresión de la alegría del amor. El Señor ha creado su pueblo para encontrar la respuesta de su amor y así esta imagen de la vid, de la viña, tiene un significado esponsal, es expresión del hecho de que Dios busca el amor de su criatura, quiere entrar en una relación de amor, en una relación esponsal con el mundo mediante el pueblo que él ha elegido.
[…] En este capítulo 15 tenemos el discurso sobre el vino: el Señor no habla explícitamente de la Eucaristía, pero naturalmente tras el misterio del vino está la realidad de que él se ha hecho fruto y vino por nosotros, de que su sangre es el fruto del amor que nace de la tierra para siempre y, en la Eucaristía, su sangre se convierte en nuestra sangre, nos renueva, recibimos una nueva identidad, porque la sangre de Cristo se convierte en nuestra sangre. Así estamos emparentados con Dios en el Hijo y en la Eucaristía se hace realidad esta gran realidad de la vid en la cual nosotros somos los sarmientos unidos con el Hijo y así unidos con el amor eterno.
«Permaneced»: permanecer en este gran misterio, permanecer en este don nuevo del Señor, que nos ha hecho pueblo en sí mismo, en su cuerpo y con su sangre. […] ha sido creada para dar fruto. ¿Y cuál es el fruto? Como hemos dicho, el fruto es el amor. En el Antiguo Testamento, con la Torá como primera etapa de la autorrevelación de Dios, el fruto se comprendía como justicia, es decir, vivir según la Palabra de Dios, vivir en la voluntad de Dios, y así vivir bien.
Esto queda, pero al mismo tiempo se ve excedido: la verdadera justicia no consiste en una obediencia a algunas normas, sino que es amor, amor creativo, que encuentra por sí solo la riqueza, la abundancia del bien. […] Y quien está unido a Cristo, quien es sarmiento en la vid, vive de esta ley, no pregunta: «¿Todavía puedo o no puedo hacer esto?», «¿debo o no debo hacer esto?», sino que vive en el entusiasmo del amor que no pregunta: «esto todavía es necesario o está prohibido», sino que, simplemente, en la creatividad del amor, quiere vivir con Cristo y para Cristo y entregarse totalmente a sí mismo por él y así entrar en la alegría del dar fruto. […] Agradezcamos a Dios la grandeza de su amor, recemos para que nos ayude a crecer en su amor, a permanecer realmente en su amor.”