En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy insiste en dos actitudes: gratitud y sencillez. Es el mismo Señor que con un gozo inmenso, lleno de alegría del Espíritu Santo, dialoga con el Padre, y lo primero que hace es darle gracias, con su manera de proceder nos esta invitando a nosotros a detenernos un momento, a tomar conciencia de cuantos detalles nos brinda el Señor y se nos pasan desapercibidos frecuentemente, nos hará bien entrar en la actitud del agradecimiento para con Dios, para con mi prójimo y para con nosotros mismos: Gracias, Señor, por… y gracias de nuevo por… El agradecimiento nace de una actitud de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que nos da pruebas constantes y cotidianas de su inmenso amor. Cuando uno descubre, lo grande que ha estado y esta, el Señor con uno, comprende el interrogante del Salmo 116: “¿cómo pagare al Señor todo el bien que me ha hecho?”, y lo único que quiere y desea, es corresponder a su amor.
Traigo a colación la Audiencia General del 27 de febrero de 2013, en el marco de la decisión tomada del futuro de su ministerio, el Papa Benedicto XVI, explicó su despedida, y lo hizo desde la confianza y agradeciendo a todos y a cada uno de los que el Señor cruzó en su vida, toda una acción de gracias: […] “hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios, porque jamás ha dejado que falte a toda la Iglesia y tampoco a mí su consuelo, su luz, su amor. […] Desearía invitaros a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son los que nos permiten caminar cada día, también en la dificultad. Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano. En una bella oración para recitar a diario por la mañana se dice: “Te adoro, Dios mío, y te amo con todo el corazón. Te doy gracias porque me has creado, hecho cristiano…”. Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el bien más precioso, que nadie nos puede arrebatar. Por ello demos gracias al Señor cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. Dios nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos.[…]Que en nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, esté siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos cubre con su amor. Gracias.”
La segunda actitud a potenciar es: la sencillez. El Sencillo es el que lucha contra la soberbia, combate la autosuficiencia. El sencillo aprende a hacerse pequeño, entra en la espiritualidad de hacerse niño, se sabe que por sus propias fuerzas no puede nada, “sin Mí no podéis hacer nada”, – me has advertido y yo no me lo termino de creer- . En la vida cristiana hay siempre dos elementos: la gracia de Dios y nuestra correspondencia.
Junto con el agradecimiento, el Evangelio de hoy nos habla de la dicha que brota del corazón del que ama a Dios. Seremos dichosos si nos abrimos a las enseñanzas del Evangelio. Seremos dichosos si nos dejamos guiar por el espíritu de humildad, de gratitud y de fidelidad al Señor.
Esforcémonos hoy por vivir con estas actitudes que nos enseña el Señor en la página evangélica.