En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
Él respondió:
«»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza» y con toda tu mente. Y «a tu prójimo como a ti mismo»».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva». ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy el Señor nos propone la parábola del “buen samaritano”, comienza con la pregunta que un doctor de la ley plantea a Jesús: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?, acudiendo al ángelus, del 11 de julio de 2010 , es el mismo Papa Benedicto XVI el que nos comenta el pasaje: “Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho este formula perfectamente citando los dos mandamientos principales: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Entonces, el doctor de la Ley, casi para justificarse, pregunta: «Y ¿quién es mi prójimo?». Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del «buen samaritano», para indicar que nos corresponde a nosotros hacernos «prójimos» de cualquiera que tenga necesidad de ayuda. El samaritano, en efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los salteadores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que al contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían. La parábola, por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso. Este relato del Evangelio ofrece el «criterio de medida», esto es, «la universalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado “casualmente”, quienquiera que sea». Junto a esta regla universal, existe también una exigencia específicamente eclesial: que «en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad». El programa del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es un «corazón que ve» dónde se necesita amor y actúa en consecuencia”.
El Señor aprovecha las preguntas del letrado para recordarnos el amar a Dios y el amar al prójimo. En Amar nos va todo, y termina subrayando la conclusión dicha por el letrado: “el que practicó la misericordia”, este es el examen que debemos superar, en palabras de S. Juan de la Cruz: “A la caída de la tarde seremos examinados en el amor”. No perdamos el tiempo, si no amamos, no nos sirve, no nos vale, no agrada a Dios. Ejercemonos en ir creciendo en ello, supliquemos al Señor que nos capacite, para amar como como somos amados por Él.
Otro punto que merecería detenernos es que dicho letrado “quería aparecer como justo”, es cuestión de imagen, ¡peligro! Cuando vivimos de fachada, no es cuestión de quedar bien, de cultivarnos una imagen apreciada, aquí la cuestión es el ser, no el aparecer. Queda para nuestra reflexión.