Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy vemos al Señor acusado y malinterpretado, siempre había buscado, realizado y querido el bien y sin embargo le identifican con el príncipe del mal, las armas del “tiñoso”, del “patas”, del príncipe de este mundo: va por el camino de la mentira, la desconfianza y dando la vuelta a los acontecimientos para hacernos dudar del amor de Dios, colocándonos en contra y generando la duda sobre su proceder.
El discípulo de Cristo tiene que estar siempre alerta, vigilante, solicitando el don de discernimiento para desenmascarar al mal espíritu y siempre alerta para no acomodarse a los criterios de nuestro mundo, ¡Ojo! Con la acomodación al espíritu que se lleva, a perder el olor de Cristo, a no aportar luz en las tinieblas, a no ser fermento en la masa, y no transformar nada. Jesús nos llama a la radicalidad del amor, nos llama a la santidad. No tengamos miedo de vivir plenamente nuestra vocación de bautizados y de testimoniar a Cristo con autenticidad en nuestro entorno. Necesitamos grandes dosis de entrega y de generosidad. Sin esta decisión y valentía el mundo terminará por influir más en nosotros que el Evangelio. El Señor nos ha hecho el gran don de su amor hasta el extremo, respondámosle con total radicalidad. No tengamos miedo a su invitación, nadie más generoso que Ntro Señor. ¡Animo! Espera tu respuesta y muchos dependerán de tu Si al plan de Dios.
Hoy celebramos la memoria de un Papa cercano en el tiempo a nosotros, conocido con el apelativo del “Papa Bueno” o el “Papa de la Paz”. Nos estamos refiriendo al Papa, San Juan XXIII, siendo su nombre: Angelo Giuseppe Roncalli, nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo, el cuarto de trece hermanos. Ese mismo día fue bautizado. En 1892 ingresó en el Seminario de Bérgamo, donde estudió humanidades, filosofía y hasta el segundo año de teología. De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio Seminario Romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo para seminaristas aventajados. En este tiempo, hizo también un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904 en la Iglesia de Santa María in Monte Santo, en la Piazza del Popolo de Roma. En 1905 fue nombrado el secretario del nuevo Obispo de Bérgamo, mons. Giacomo Maria Radini Tedeschi, cargo que desempeñó hasta 1914, durante estos años tuvo la oportunidad de conocer en profundidad a los santos pastores, San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales. Fueron años en los que adquirió una gran experiencia pastoral al lado del Obispo.
En 1921 comenzó la segunda parte de su vida, al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV. En 1925 Pío XI lo nombró Visitador Apostólico para Bulgaria, elevándolo al episcopado con el título de Areópolis. Eligió como lema episcopal “Oboedientia et pax”, programa que siempre le acompañó.
Ordenado Obispo el 19 de marzo de 1925 en Roma, marchó a Sofía el 25 de abril. El 6 de diciembre de 1944 Pío XII lo nombró Nuncio Apostólico en París. El 12 de enero de 1953 fue creado Cardenal y el 25 promovido al Patriarcado de Venecia. Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. En sus cinco años como Papa, el mundo entero pudo ver en él una imagen auténtica del Buen Pastor. Humilde y atento, decidido y valiente, sencillo y activo, practicó los gestos cristianos de las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, acogiendo a personas de cualquier nación y credo, comportándose con todos con un admirable sentido de paternidad. Su magisterio social está contenido en las Encíclicas Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963).
Convocó el Sínodo Romano, instituyó la Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. El pueblo veía en él un rayo de la benignitas evangelica y lo llamaba “el Papa de la bondad”. Lo sostenía un profundo espíritu de oración, irradiaba la paz de quien confía siempre en el Señor.
Murió la tarde del 3 de junio de 1963, fue declarado beato por el Papa Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000 en la Plaza de San Pedro, durante la celebración del Gran Jubileo del año 2000.
El Papa Francisco canonizó a Juan XXIII el 27 de abril de 2014 . (Reseña tomada de la pagina del Vaticano, https://www.vatican.va/content/john-xxiii/es/biography/documents/hf_j-xxiii_bio_20190722_biografia.html)