En aquel tiempo, Jesús dijo a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy, la llamada es clara, no realices las cosas esperando que te las devuelvan, nos invita a descubrir la gratuidad. Entrar en la dimensión de la gracia, si todo es don, no podemos quedarnos simplemente en dar cosas o algo de nuestro tiempo, la llamada es mayor, hasta darnos a nosotros mismos. Parece como si nuestro Señor nos advirtiera que estamos convocados a vivir un amor grande que no puede caer en mezquindades, tenemos que amar aunque no nos amen, servir aunque no nos sirvan, a consolar y no ser consolados –como diría S. Francisco en su oración de hazme un instrumento de tu paz-, esto nos tiene que poner en guardia, vivimos en una cultura que nos alerta ante la gratuidad, donde se es tachado de doble intención ante cualquier gesto, por pequeño que sea, de desinterés, donde nos encontramos con expresiones de alerta, “¡cuidado!, algo busca”, “nadie hace algo a cambio de nada”, “quien regala, bien vende”… y podríamos ir señalando muchísimas que recogen hasta que punto esta introducido el tema de hoy en nuestro pensar, sentir y vivir, de tal manera, que influye mucho esta forma de entender las cosas, así que la exhortación del pasaje de hoy, una actitud de desinterés, de gratuidad, como mínimo, nos sorprende. El Señor nos invita a poner en practica la generosidad a fondo perdido, debemos ser generosos sin esperar recibir nada por ello. Y hacer la vida amable a quienes nos rodean, aunque alguna vez nos parezca que no somos correspondidos. Y todo con corazón grande, sin llevar una contabilidad de cada favor prestado. La caridad no busca nada, la caridad no es ambiciosa. Dar, sembrar, darnos aunque no veamos fruto, ni correspondencia, ni agradecimiento, ni beneficio personal aparente alguno. Ya la tendremos con abundancia, “te pagarán cuando resuciten los justos”. La caridad no se desanima si no ve resultados inmediatos; sabe esperar, es paciente. Que el Señor nos permita hoy crecer en su amor y en la gratuidad. Recuerda que en generosidad nadie le gana a Ntro. Señor.
El Papa Francisco en las misas matutinas de Santa Marta el 11 de junio de 2013 profundizó sobre la gratuidad: «la gratuidad de la salvación […] no podemos predicar, anunciar el Reino de Dios, sin esta certeza interior de que todo es gratuito, todo es gracia […] Cuando actuamos sin dejar espacio a la gracia entonces el Evangelio no tiene eficacia. […] cuando un apóstol no vive la gratuidad, pierde también la capacidad de alabar al Señor, «porque alabar al Señor es esencialmente gratuito. Es una oración gratuita. No sólo pedimos, alabamos».
También hoy se nos propone la memoria de San Carlos Borromeo. Era de familia muy rica. Su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. El consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y mas tarde Arzobispo de Milán.
Su escudo de Obispo llevaba una sola palabra: «Humilitas», humildad. El, siendo noble y riquísimo, vivía cerca del pueblo, prívandose de lujos. Fue llamado con razón «padre de los pobres». Decía que un obispo demasiado cuidadoso de su salud no consigue llegar a ser santo y que a todo sacerdote y a todo apóstol deben sobrarle trabajos para hacer, en vez de tener tiempo de sobra para perder. Para con los necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo.
Fundó seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios. Murió joven y pobre, habiendo enriquecido enormemente a muchos con la gracia. Murió diciendo: «Ya voy, Señor, ya voy».