Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. Os digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán». Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?». Él les dijo: «Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio de hoy nos quiere llevar al momento en el que releeremos nuestra existencia: “el que pretenda guardar su vida la perderá”. Nos hace reflexionar sobre el final. Los Santos nos aconsejan vivir cada día como si fuera “el último”, nos ayuda a vivir cada momento con mayor intensidad, mayor entrega, mayor responsabilidad, hay un salmo donde el autor sagrado solicita a Dios que le enseñe a calcular el peso de sus años. Tener conciencia de cada momento como un regalo, vivirlo intensamente con la huella de eternidad, que estamos de paso, que somos peregrinos del cielo , peregrinos hacia la eternidad, hacia la vida en plenitud.
El Papa Francisco comentando este pasaje bíblico de hoy y su catequesis ahonda sobre el final: « Es bueno pensar en el fin de cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros morirá: la Iglesia, como madre, maestra, quiere que cada uno de nosotros piense en la propia muerte[…] En el Evangelio Jesús usa las expresiones «como sucedió en los días de Noé» y «como sucedió en los días de Lot». Para decir, explicó, que los hombres «en aquel tiempo comían, bebían, tomaban mujer, tomaban marido, hasta el día que Noé entró en el arca». Y, aún «como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían […] vendrá un día en el que el Señor nos diga a cada uno de nosotros: “ven” […] la llamada para algunos será repentina, para otros será después de una enfermedad, en un accidente: no sabemos […] la llamada estará y será una sorpresa: no la última sorpresa de Dios, después de está habrá otra —la sorpresa de la eternidad— pero será la sorpresa de Dios para cada uno de nosotros […] es ir con el Señor, pensar que nuestra vida tendrá final y esto hace bien porque lo podemos pensar al inicio del trabajo: hoy tal vez será el último día, no sé, pero haré bien el trabajo. Y «haré» bien también en las relaciones en casa, con los míos, con la familia: ir bien, tal vez será el último, no lo sé […] Pensar en la muerte no es una fantasía fea, es una realidad, […] allí habrá un encuentro con el Señor: esto será lo hermoso de la muerte, habrá un encuentro con el Señor, será Él quien venga al encuentro, será Él quien diga “ven, ven, bendecido por mi Padre, ven conmigo”. No sirve de nada decir: Pero, Señor, espera que debo arreglar esto, esto. Porque «no se puede arreglar nada: aquel día quien se encuentre en la terraza y haya dejado sus cosas en casa que no baje: donde estés te tomarán, te tomarán, tu dejarás todo». Pero tendremos al Señor, esta es la belleza del encuentro […] Hoy hagamos esto – concluyó el Papa-, porque nos hará bien a todos pararnos un poco y pensar en el día en el que el Señor venga a encontrarme, venga a tomarme para ir con Él» (misa celebrada el viernes 17 de noviembre, por la mañana, en Santa Marta)
Celebramos hoy la memoria de San Alberto Magno, -el Papa Benedicto XVI le dedicó una Audiencia General, la del 24 de marzo de 2010, de ella traigo algunos subrayados-: “El título de «grande» (magnus), con el que pasó a la historia, indica la vastedad y la profundidad de su doctrina, que unió a la santidad de vida. […] Nació en Alemania a principios del siglo XIII, […] Durante su estancia en Padua, frecuentó la iglesia de los Dominicos, a los cuales después se unió con la profesión de los votos religiosos. […] Recibió el hábito religioso de manos del beato Jordán de Sajonia.
Después de la ordenación sacerdotal, sus superiores lo destinaron a la enseñanza […] Sus brillantes cualidades intelectuales le permitieron perfeccionar el estudio de la teología en la universidad más célebre de la época, la de París. […] Sus dotes no escaparon a la atención del Papa de aquella época, Alejandro IV, que quiso que Alberto estuviera durante un tiempo a su lado […] para servirse de su asesoramiento teológico. El mismo Sumo Pontífice lo nombró obispo de Ratisbona, […] Al ser un hombre de oración, de ciencia y de caridad, gozaba de gran autoridad en sus intervenciones, en varias vicisitudes de la Iglesia y de la sociedad de la época: fue sobre todo un hombre de reconciliación y de paz […] Murió en la celda de su convento de la Santa Cruz en Colonia en 1280, y muy pronto fue venerado por sus hermanos dominicos. La Iglesia lo propuso al culto de los fieles con la beatificación, en 1622, y con la canonización, en 1931, cuando el Papa Pío XI lo proclamó Doctor de la Iglesia. Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nunca falten en la santa Iglesia teólogos doctos, piadosos y sabios como san Alberto Magno, y que nos ayude a cada uno de nosotros a hacer nuestra la «fórmula de la santidad» que él siguió en su vida: «Querer todo lo que yo quiero para la gloria de Dios, como Dios quiere para su gloria todo lo que él quiere», es decir, conformarse siempre a la voluntad de Dios para querer y hacerlo todo sólo y siempre para su gloria.”