Lc 2,22-35.39-40: Cuando se cumplieron los días de su purificación lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, | puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

Hoy celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo.En la fiesta que celebramos, María y José acuden con el Niño Jesús al templo de Jerusalén para cumplir la doble prescripción de la ley mosaica: presentación del primogénito varón al Señor y purificación de la madre a los cuarenta días del parto. Los padres de Jesús obedecen la ley de Moisés, cumplen con sus tradiciones. En esta fiesta celebramos la consagración del Niño Jesús. Es por esto que la Iglesia unida a esta fiesta desde el año 1997 San Juan Pablo II quiso unir la celebración de la «Jornada de la Vida Consagrada». También nosotros, a ejemplo de Cristo, estamos llamados a consagrar lo mejor de nuestras vidas a Dios. Hemos de abrirle nuestra vida y ofrecerle lo mejor de nosotros mismos, buscar su voluntad y que lo que hagamos sea agradable, queriendo lo que Él quiere.

Fueron dos ancianos los que reconocieron en aquel niño al Mesías. Entre tantos hombres que estaban en el templo, solo Simeón vio en Jesús al Salvador. “Mis ojos han visto al Salvador”. En el anciano Simeón podemos aprender muchas cosas, destacaría el dejarse llevar por el Espíritu, el saber ver la gracia, y sobre todo su esperanza, esperanza que se pone en practica con otro fruto del espíritu que es la paciencia.

Durante toda su vida Simeón esperó y ejerció la paciencia del corazón. En la oración aprendió que Dios se suele ocultar, no es muy amante de los acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo habitual de nuestros días. Aprendió a releer la propia historia y ver el don fiel de Dios. Dios sabe esperar, es paciente, no arrebata, no se impone, respeta el tiempo de cada uno. El Papa Francisco nos invita a: “Contemplar la paciencia de Dios e imploremos la paciencia confiada de Simeón y también de Ana, para que del mismo modo nuestros ojos vean la luz de la salvación y la lleven al mundo entero, como la llevaron en la alabanza estos dos ancianos.”

Hoy es una buena ocasión para darle gracias al Señor por la vocación de especial consagración. Estas personas nos dan testimonio de que el gran tesoro de la vida es Dios. También podemos pedir al Señor que siga bendiciendo nuestras comunidades con nuevas vocaciones a los distintos carismas y agradecer a todos los religiosos y religiosas de vida contemplativa su testimonio de elección de la mejor parte -como María-. Nos hacen ver que nosotros también debemos dejar nuestra rutina diaria en busca de la intimidad y del encuentro con Dios.

“Es una ocasión oportuna para alabar al Señor y darle gracias por el don inestimable que constituye la vida consagrada… que el Señor renueve cada día en vosotros y en todas las personas consagradas la respuesta gozosa a su amor gratuito y fiel… y que María santísima, la Mujer consagrada, os ayude a vivir plenamente vuestra especial vocación y misión en la Iglesia, para la salvación del mundo”. (P. Benedicto XVI, 2 febrero 2006).

Os solicitaría que encomendarais en vuestras oraciones a un joven, Gonzalo, que esta tarde recibirá el sacramento del orden. ¡Bendito sea Dios y que la gracia que recibirá colme toda su vida de entrega a Dios, a su iglesia y al pueblo enviado!

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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