Sucedió que, estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús, cayendo sobre su rostro, le suplicó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y extendiendo la mano, lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida la lepra se le quitó. Y él le ordenó no comunicarlo a nadie; y le dijo: «Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación según mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírlo y a que los curara de sus enfermedades. Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio de hoy nos presenta a un leproso que es sanado, su suplica es atendida, sin embargo, podemos aprender mucho de la manera en que muestra sus necesidades, nos da toda una gran lección, expone al Señor su petición pero no le exige que haga lo que le solicita, quiero detenerme en la gran delicadeza con la que realiza su suplica, nos enseña cómo debería ser siempre nuestras peticiones, dirigirnos al Señor sin exigencias, poniendo nuestra petición en sus manos: “Si quieres”. Sabiendo y confiando en que Dios siempre va a querer lo que sea mejor para nosotros, y con la certeza que para Él “todo” es posible, aunque no todo lo que le pidamos sea bueno para nosotros, y a veces, buscando nuestro verdadero bien nos de la sensación como que hace oídos sordos a nuestra suplica o diera la impresión de ignorar nuestra petición; si se diera esto, no debemos menoscabar la confianza, ni poner en duda lo mucho que le interesamos, no cuestionar su amor, todo lo contrario, ampliar nuestro abandono en Él y despertar nuestra búsqueda de su voluntad, es posible que sus planes no sean los míos. De esta manera tengo la seguridad de pedir todo cuanto pienso que es mejor, pero al mismo tiempo, me pongo en sus manos para que Él me dé lo que sabe que será bueno para mí y para que el Reino de los cielos crezca en el mundo. Ojalá que tu oración siempre sea: “Señor, si quieres dame lo que te estoy pidiendo, y si no es así, concédeme lo que sea bueno para mi salvación”. Vive el día de hoy desde ese abandono a la voluntad de Dios.
El leproso aunque le habían indicado que no lo comunicara a nadie, sin embargo se ha convertido en mensajero del amor de Dios. Simplemente por ser testigo de lo que ha sido sanado, de mostrar la acción recibida en su vida, ya es motivo de que muchos otros acudan a Jesús para ser también sanados. Quien ha tenido experiencia de ser curado puede ser motivo de esperanza para los que también anhelan ser sanados, como nos recuerda el Señor en otro pasaje evangélico: “No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Los heridos, los que reconocen su debilidad, su fragilidad se saben más necesitados de la gracia de Dios. Están abiertos a Dios que es el verdadero médico, el que se nos brinda y se nos ofrece: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviare” -dice el Señor-.