Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy nos señala en que consistía la actividad que llenaba la vida del Señor: la predicación, la comunicación del Reino, la proclamación y el anuncio de la Buena Noticia. Aunque su jornada solía ser muy intensa no solo por la predicación, también le solían llevar los enfermos, lisiados y todos los que padecían algún tipo de mal, para que los sanara y les devolviera la salud, también dedicaba un tiempo especial para fortalecer el grupo de sus discípulos, aunque a veces, ni siquiera le dejaban tiempo ni para comer, estaba dedicado plenamente a servir y acoger a todo el que lo necesitaba, de vez en cuando se retiraba a un lugar apartado para orar.
Otro de los temas que nos resalta el pasaje evangélico es el papel de la mujer, al Señor también le acompañaban algunas mujeres e incluso se nos refieren los nombres de las mujeres que seguían a Jesús: María Magdalena, Juana, Susana…, ellas no tenían miedo de mostrarse seguidoras del Maestro y no les importaba el rechazo por parte de los líderes del pueblo. Estas mujeres estaban agradecidas con el Señor por el gran bien que habían recibido de Él. Ellas permanecieron fieles al Señor aun cuando todos los apóstoles huyeron ante la sombra de la cruz.
Acudo a la Audiencia General del Papa Benedicto XVI del 14 de febrero de 2007, donde profundiza en el papel de la mujer en algunos pasajes evangélicos: “[…] figuras femeninas que desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio. No se puede olvidar su testimonio, como dijo el mismo Jesús sobre la mujer que le ungió la cabeza poco antes de la Pasión: «Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta buena nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que esta ha hecho para memoria suya» (Mt 26, 13; Mc 14, 9).
[…] Históricamente podemos distinguir el papel de las mujeres en el cristianismo primitivo, durante la vida terrena de Jesús y durante las vicisitudes de la primera generación cristiana.
Ciertamente, como sabemos, Jesús escogió entre sus discípulos a doce hombres como padres del nuevo Israel, «para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 14-l5). Este hecho es evidente, pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo pueblo de Dios, fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los discípulos.
Sólo puedo mencionar brevemente a las que se encontraron en el camino de Jesús mismo, desde la profetisa Ana (cf.Lc 2, 36-38) hasta la samaritana (cf.Jn 4, 1-39), la mujer siro-fenicia (cf.Mc 7, 24-30), la hemorroísa (cf. Mt 9, 20-22) y la pecadora perdonada (cf.Lc 7, 36-50). Y no hablaré de las protagonistas de algunas de sus eficaces parábolas, por ejemplo, la mujer que hace el pan (Mt 13, 33), la que pierde la dracma (Lc 15, 8-10) o la viuda que importuna al juez (Lc 18, 1-8). Para nuestra reflexión son más significativas las mujeres que desempeñaron un papel activo en el marco de la misión de Jesús.
En primer lugar, pensamos naturalmente en la Virgen María, que con su fe y su obra maternal colaboró de manera única en nuestra Redención, hasta el punto de que Isabel pudo llamarla «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), añadiendo: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1, 45). Convertida en discípula de su Hijo, María manifestó en Caná una confianza total en él (cf. Jn 2, 5) y lo siguió hasta el pie de la cruz, donde recibió de él una misión materna para todos sus discípulos de todos los tiempos, representados por san Juan (cf. Jn 19, 25-27).
Además, encontramos a varias mujeres que de diferentes maneras giraron en torno a la figura de Jesús con funciones de responsabilidad. Constituyen un ejemplo elocuente las mujeres que seguían a Jesús para servirle con sus bienes. San Lucas menciona algunos nombres: María Magdalena, Juana, Susana y «otras muchas» (cf. Lc 8, 2-3). Asimismo, los Evangelios nos informan de que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús en la hora de la pasión (cf. Mt 27, 56.61; Mc 15, 40). Entre estas destaca en particular la Magdalena, que no sólo estuvo presente en la Pasión, sino que se convirtió también en el primer testigo y heraldo del Resucitado (cf. Jn 20, 1.11-18). Precisamente a María Magdalena santo Tomás de Aquino le da el singular calificativo de «apóstol de los Apóstoles» («apostolorum apostola»), dedicándole un bello comentario: «Del mismo modo que una mujer había anunciado al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer fue la primera en anunciar a los Apóstoles palabras de vida» (Super Ioannem, ed. Cai, 2519).
[…] la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres. Por eso, como escribió mi venerado y querido predecesor Juan Pablo II en la carta apostólica Mulieris dignitatem, «la Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una. (…) La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina» (n. 31).”