En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio de hoy nos presenta a Cristo instruyendo a los discípulos, con la imagen de la lampara, les recuerda su misión y le evoca que Cristo es la luz que todo hombre necesita, nos recuerda a los cristianos la gran responsabilidad de comunicar ese tesoro y debemos iluminar con esa luz a los demás. Nos viene a nuestra memoria las palabras del Señor: Vosotros sois la luz del mundo. Sin Cristo, el mundo se vuelve difícil y poco habitable. Los cristianos debemos iluminar el ambiente en el que vivimos y trabajamos. “Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. La luz es para iluminar y seria un absurdo ocultarla. El cristiano no puede conformarse con ser espectador de la realidad, esta llamado a impregnarla con la fuerza de la fe, la esperanza y la caridad. “Muchos el Evangelio que leerán será nuestra vida”, debemos escribirla con las paginas del Evangelio. Cada cristiano «debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro». La fe en Cristo es nuestra propia luz personal. Llamados los seguidores, discípulos, cristianos a irradiar a Cristo en todo lo que realicen, todo para mayor gloria de Él.
También hoy celebramos la memoria de un santo muy cercano a nosotros en el tiempo SAN PÍO DE PIETRELCINA . Nació en Pietrelcina (Benevento, Italia) el año 1887, y en 1903 entró en la Orden Capuchina. Ordenado de sacerdote en 1910, fue destinado en 1916 al convento de San Giovanni Rotondo, donde permaneció hasta su muerte, desarrollando una extraordinaria aventura de taumaturgo y de apóstol del confesonario. Desde 1918 llevó en su cuerpo las llagas del Señor y fue objeto de otros dones divinos extraordinarios. Se santificó viviendo a fondo en carne propia el misterio de la cruz de Cristo y cumpliendo en plenitud su vocación de colaborador en la Redención. Centró su vida pastoral en la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. Su preocupación por los pobres y los enfermos se materializó en la «Casa Alivio del Sufrimiento». Otra iniciativa suya fueron los grupos de oración, que rápidamente se extendieron por todo el mundo. Murió el 23 de septiembre de 1968 en San Giovanni Rotondo (Apulia). Juan Pablo II lo beatificó en 1999 y lo canonizó en 2002