Habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo en parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, y, después de brotar, se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. Y otra parte cayó en tierra buena, y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. Él dijo: «A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro. Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio de hoy nos presenta la parábola del sembrador. Tantas veces escuchada, meditada, proclamada, cuantos buenos recuerdos nos trae de las meditaciones de la mañana del Cursillo de Cristiandad. Sin embargo, tenemos la dicha de contar con la explicación realizada por el Papa Francisco, en el Ángelus, del 13 de julio de 2014: “(el sembrador) Sin guardarse nada arroja su semilla en todo tipo de terreno. Y la verdadera protagonista de esta parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae. Los primeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del camino los pájaros se comen la semilla; en el terreno predegoso los brotes se secan rápidamente porque no tienen raíz; en medio de las zarzas las espinas ahogan la semilla. El cuarto terreno es el terreno bueno, y sólo allí la semilla prende y da fruto.
En este caso, Jesús no se limitó a presentar la parábola, también la explicó a sus discípulos.[…] El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María.
Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con que disposición la acogemos? Y podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A que terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajando y cultivando con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.
Y nos hará bien no olvidar que también nosotros somos sembradores. Dios siembra semilla buena, y también aquí podemos plantearnos la pregunta: ¿que tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir”.
También hoy celebramos la memoria de un santo muy cercano a nosotros en el tiempo SAN PÍO DE PIETRELCINA . Nació en Pietrelcina (Benevento, Italia) el año 1887, y en 1903 entró en la Orden Capuchina. Ordenado de sacerdote en 1910, fue destinado en 1916 al convento de San Giovanni Rotondo, donde permaneció hasta su muerte, desarrollando una extraordinaria aventura de taumaturgo y de apóstol del confesonario. Desde 1918 llevó en su cuerpo las llagas del Señor y fue objeto de otros dones divinos extraordinarios. Se santificó viviendo a fondo en carne propia el misterio de la cruz de Cristo y cumpliendo en plenitud su vocación de colaborador en la Redención. Centró su vida pastoral en la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. Su preocupación por los pobres y los enfermos se materializó en la «Casa Alivio del Sufrimiento». Otra iniciativa suya fueron los grupos de oración, que rápidamente se extendieron por todo el mundo. Murió el 23 de septiembre de 1968 en San Giovanni Rotondo (Apulia). Juan Pablo II lo beatificó en 1999 y lo canonizó en 2002
En la escuela de María, le suplicamos que nos ayude a ser la tierra que su Hijo, Ntro. Señor quiere que seamos. Que tengas un bendecido día.