Y todos quedaban estupefactos ante la grandeza de Dios. Entre la admiración general por lo que hacía, dijo a sus discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy nos aparece las limitaciones de los discípulos, no entendían y les daba miedo. El que nos muestren sus limitaciones nos lo hacen muchísimo más cercanos, cuantas veces nos podemos ver reflejados con ellos, cuantas veces no entendemos y que decir de nuestros miedos. Los discípulos tenían miedo de pedirle al Señor que les explicara con detenimiento el significado de sus palabras. El temor les paralizaba. Preferían no saber más. Con nuestra manera de actuar a veces parece que nos da miedo dejar entrar al Señor totalmente dentro de nosotros y abrirle las puertas de nuestro corazón. Sin embargo, si lo dejamos actuar, el Señor nos puede quitar mucho: nuestras desconfianzas, nuestros egoísmos, la esclavitud de tantos pecados. No tengamos miedo a dejar hacer al Señor, démosle permiso para que actué, aprendamos a abandonarnos en sus manos, aprende el camino de la confianza. No temamos, venzamos nuestros miedos. La desconfianza y la duda paralizan la voluntad. Vivamos con esperanza.
En el pasaje evangélico nos vuelve a presentar el anuncio de la pasión, muerte y resurrección. En el Ángelus del 23 de septiembre de 2012, el Papa Benedicto XVI profundiza sobre el pasaje evangélico: “Nos recuerda que la lógica de Dios es siempre «otra» respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo por boca del profeta Isaías: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos» . Por esto seguir al Señor requiere siempre al hombre una profunda conversión —de todos nosotros—, un cambio en el modo de pensar y de vivir; requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente. Un punto clave en el que Dios y el hombre se diferencian es el orgullo: en Dios no hay orgullo porque Él es toda la plenitud y tiende todo a amar y donar vida; en nosotros los hombres, en cambio, el orgullo está enraizado en lo íntimo y requiere constante vigilancia y purificación. Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a parecer grandes, a ser los primeros; mientras que Dios, que es realmente grande, no teme abajarse y hacerse el último. Y la Virgen María está perfectamente «sintonizada» con Dios. Invoquémosla con confianza para que nos enseñe a seguir fielmente a Jesús en el camino del amor y de la humildad.”
Hoy, sábado, día donde se nos invita a contemplar a la bienaventurada Virgen María, aprendamos de Ella el camino de humildad y confianza en Dios.