En aquel tiempo atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado». Les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy el Señor nos da una norma de conducta muy sencilla: la compasión. El Señor entra en los corazones que se asemejan al suyo, en los corazones que son misericordiosos, en los corazones sensibles a las necesidades de los que le rodean, en los corazones abiertos al perdón, en los corazones que no llevan cuentas del mal. Dios es el único que puede juzgar en lo profundo de los corazones. En el Evangelio de hoy, nos demanda: «Misericordia quiero y no sacrificio» . Tendríamos que repetírnoslo muchas veces, para grabarlo en nuestro corazón: Dios, rico en misericordia, nos quiere misericordiosos.
Una vez más recurro al magisterio de los Papas, concretamente, al Ángelus del 8 de junio de 2008 del Papa Benedicto XVI donde nos comenta esta expresión de “misericordia quiero…”: “El evangelista san Mateo, siempre atento al nexo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en este momento pone en los labios de Jesús la profecía de Oseas: «Id y aprended lo que significa: «Misericordia quiero y no sacrificios»».
Es tal la importancia de esta expresión del profeta, que el Señor la cita nuevamente en otro contexto, a propósito de la observancia del sábado. También en este caso, Jesús asume la responsabilidad de la interpretación del precepto, revelándose como «Señor» de las mismas instituciones legales. Dirigiéndose a los fariseos, añade: «Si comprendierais lo que significa: «Misericordia quiero y no sacrificios», no condenaríais a personas sin culpa». Por tanto, Jesús, el Verbo hecho hombre, «se reconoció», por decirlo así, plenamente en este oráculo de Oseas; lo hizo suyo con todo el corazón y lo realizó con su comportamiento, incluso a costa de herir la susceptibilidad de los jefes de su pueblo. Esta palabra de Dios nos ha llegado, a través de los Evangelios, como una de las síntesis de todo el mensaje cristiano: la verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo. Esto es lo que da valor al culto y a la práctica de los preceptos.”
“En la Cruz podemos tocar la misericordia de Dios y dejarnos tocar por su misericordia”. “¡Que difícil es, muchas veces, perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (Misericordia vultus, 9). La misericordia es el único camino para vencer el mal.
Y finalizo con las palabras del Papa Francisco en el mensaje dado a los jovenes para la Jornada Mundial de la Juventud de 2016: “ No tengan miedo de contemplar sus ojos (-los de Cristo-) llenos de amor infinito hacia ustedes y déjense acariciar por su mirada misericordiosa, dispuesta a perdonar cada uno de sus pecados, una mirada que es capaz de cambiar la vida de ustedes y de sanar las heridas de sus almas, una mirada que sacia la sed profunda de sus jovenes corazones: sed de amor, de paz, de alegría y de auténtica felicidad. Vayan a Él y no tengan miedo. Vayan para decirle desde lo más profundo de sus corazones: “Jesús, confío en ti”. Déjense tocar por su infinita misericordia, para que ustedes a su vez, mediante las obras, las palabras y la oración, se conviertan en apóstoles de la misericordia en nuestro mundo herido por el egoísmo, el odio y tanta desesperación. Lleven la llama del amor misericordioso de Cristo a los ambientes de su vida cotidiana y hasta los confines de la tierra”.