Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”». Se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy nos encontramos con una nueva curación, hoy la de un enfermo que es llevado al encuentro con el Señor, un enfermo con grandes limitaciones, estaba paralítico, necesitaba de la ayuda de otros. El paralítico no podría haberse encontrado con el Señor si no hubiera habido otros que le llevaran en la camilla. Cuanto es de agradecer poder contar con personas que nos acercan a Jesús con el ejemplo y testimonio de su vida; es reconfortante que otros recen por nosotros e intercedan ante Dios. La santidad personal arrastra, contagia, ayuda a otros a ser santos, también nosotros estamos llamados a ser instrumentos de Dios para acercar al encuentro con el Señor. Sorprende en el pasaje de hoy que el Señor no se queda en la curación física sino que le perdona los pecados, la mayor parálisis que puede padecer el hombre es la del pecado y Jesús se nos presenta como aquel que combate y vence el mal donde sea que lo encuentre.
En la Audiencia General del 5 de agosto del 2020, el Papa Francisco da una catequesis sobre el pasaje evangélico del paralítico: “[…] debemos tener bien fija nuestra mirada en Jesús y con esta fe abrazar la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos da. Un Reino de sanación y de salvación que está ya presente en medio de nosotros. Un Reino de justicia y de paz que se manifiesta con obras de caridad, que a su vez aumentan la esperanza y refuerzan la fe. En la tradición cristiana, fe, esperanza y caridad son mucho más que sentimientos o actitudes. Son virtudes infundidas en nosotros por la gracia del Espíritu Santo: dones que nos sanan y que nos hacen sanadores, dones que nos abren a nuevos horizontes, […]
El ministerio de Jesús ofrece muchos ejemplos de sanación. […] en realidad sana no solo un mal físico, sino toda la persona. De tal manera la lleva también a la comunidad, sanada; la libera de su aislamiento porque la ha sanado.
Pensemos en el bellísimo pasaje de la sanación del paralítico de Cafarnaúm, […] Mientras Jesús está predicando en la entrada de la casa, cuatro hombres llevan a su amigo paralítico donde Jesús; y como no podían entrar, porque había una gran multitud, hacen un agujero en el techo y descuelgan la camilla delante de él que está predicando. «Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados». Y después, como signo visible, añade: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
¡Qué maravilloso ejemplo de sanación! La acción de Cristo es una respuesta directa a la fe de esas personas, a la esperanza que depositan en Él, al amor que demuestran tener los unos por los otros. Y por tanto Jesús sana, pero no sana simplemente la parálisis, sana todo, perdona los pecados, renueva la vida del paralítico y de sus amigos. Hace nacer de nuevo, digamos así. Una sanación física y espiritual, todo junto, fruto de un encuentro personal y social. Imaginamos cómo esta amistad, y la fe de todos los presentes en esa casa, hayan crecido gracias al gesto de Jesús. ¡El encuentro sanador con Jesús!”
En el Ángelus del 15 de febrero de 2015, el Papa Francisco nos interpela a ser sanadores con Cristo: “Para ser “imitadores de Cristo” ante un pobre o un enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los ojos y de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y abrazarlo […]un gesto de ternura, un gesto de compasión […] Pero yo os pregunto: vosotros, ¿cuando ayudáis a los demás, los miráis a los ojos? ¿Los acogéis sin miedo a tocarlos? ¿Los acogéis con ternura? Pensad en esto: ¿cómo ayudáis? A distancia, ¿o con ternura, con cercanía? Si el mal es contagioso, lo es también el bien. Por lo tanto, es necesario que el bien abunde en nosotros, cada vez más. Dejémonos contagiar por el bien y contagiemos el bien”.