En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más:
«Hijo de David, ten compasión de mí».
Jesús se detuvo y dijo:
«Llamadlo».
Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?».
El ciego le contestó:
«“Rabbuní”, que recobre la vista».
Jesús le dijo:
«Anda, tu fe te ha salvado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy nos resalta la compasión de Ntro. Señor. Se hace mendigo por nosotros. Sediento de nuestra fe y de nuestro amor. Vemos en el ciego, Bartimeo, que ante su necesidad, no veía, estaba ciego, acude a Dios. Cuantas veces, creyentes y los que no se denominan creyentes, cuando aparece el dolor, el sufrimiento, una necesidad, entonces, claman, suplican, hacen promesas, piden ayuda: “Ten compasión de mí”. Necesitan un Salvador, desean ser atendidos en su clamor, quieren que Dios les ayude, les escuche. Es verdad, que para Dios nada hay imposible, pero no es menos cierto que no sabemos pedir lo que nos conviene, somos muy cortos de miras, y seguimos pensando como bien, lo que el mundo tiene en alta estima, y creo que nadie pediría unirse a la Cruz de Nuestro Redentor, ignorando muchas veces, como si no supiéramos que nuestra tabla de salvación es la Cruz, igual que Ntro. Señor tendremos que ir haciendo nuestra la suplica de Getsemani: “Aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Tener experiencia de salvación, es una gran dicha, como clamamos en el Salmo de la liturgia de hoy: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Experimentar la acción salvifica de Dios en la propia vida es lo que va fortaleciendo nuestro seguimiento, nuestro ser discípulos. Igual que a Bartimeo, el Señor nos lanza el interrogante: “¿que quieres que te haga?”. Se nos ofrece, se nos brinda, desea ayudarnos, ¿Que puedo hacer por ti?, desea que se lo digamos, que acudamos a Él, que se lo expresemos. ¿Que es lo que verdaderamente necesito? ¿Que es esencial en mi vida aquí y ahora?. Ten confianza y hazle participe, descansa y aprende a abandonarte en el Señor. “Tu fe te ha curado”. Cuantas veces en el Evangelio el Señor antes de hacer el milagro dice: “Se haga según tu fe”. Es muy importante saber que Él cree en nosotros más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos. El Señor admira la fe de Bartimeo, ha confiado en Él: “Tu fe te ha salvado”. Que gran regalo, que inmenso don, la fe, la confianza, el fiarnos de Dios, sabernos necesitados de salvación, dejar que Dios actué en nuestras vidas.