En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos:
«Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo azotaron y lo despidieron con las manos vacías. Les envió de nuevo otro criado; a este lo descalabraron e insultaron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos, a los que azotaron o los mataron.
Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando:
“Respetarán a mi hijo”.
Pero los labradores se dijeron:
“Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia”.
Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros.
¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?».
Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente y, dejándolo allí, se marcharon.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El pasaje del Evangelio de hoy nos lo encontramos comentado por el Papa Benedicto XVI, en el libro Jesús de Nazaret:
«Los viñadores matan al hijo precisamente por ser el heredero; de esta manera, pretenden adueñarse definitivamente de la viña. En la parábola, Jesús continúa: «¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros». En este punto la parábola, como ocurre también en el canto de Isaías, pasa de ser un aparente relato de acontecimientos pasados a referirse a la situación de los oyentes. La historia se convierte de repente en actualidad. Los oyentes lo saben: Él habla de nosotros. Al igual que los profetas fueron maltratados y asesinados, así vosotros me queréis matar: hablo de vosotros y de mí. La exégesis moderna acaba aquí, trasladando así de nuevo la parábola al pasado.
Aparentemente habla sólo de lo que sucedió entonces, del rechazo del mensaje de Jesús por parte de sus contemporáneos; de su muerte en la cruz. Pero el Señor habla siempre en el presente y en vista del futuro. Habla precisamente también con nosotros y de nosotros. Si abrimos los ojos, todo lo que se dice ¿no es de hecho una descripción de nuestro presente? ¿No es ésta la lógica de los tiempos modernos, de nuestra época? Declaramos que Dios ha muerto y, de esta manera, ¡nosotros mismos seremos dios!» (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 104).
Esta parábola puede ser aplicada muy bien a la situación actual. El Papa Francisco no para de recordarnos que llevemos mucho cuidado con la mundanidad, que no estamos exentos los que nos llamamos cristianos, que el rechazo a Cristo, y extensiblemente a los cristianos, siempre ha estado latente, con mucha facilidad parece que estorba o no es bien visto todo lo referente a nuestra fe y parece que se tiene que echar fuera de la cultura, del pensamiento o de nuestra vida a Dios, en definitiva, vivir como si Dios no existiera. Podemos hacernos las preguntas: ¿Dios influye en mi vida? ¿Cómo correspondo al inmenso amor de Dios hacia mí? Igual que en el cuidado de la viña, Dios tiene muchos detalles con cada uno de nosotros, muchas muestras de su inmenso amor. ¡Dios es tan generoso con nosotros! ¡Nos da día a día tantas muestras de su singular amor!. Estamos invitados a corresponder a su amor.
Hoy también celebramos la memoria de Carlos Luanga y compañeros mártires de Uganda. Carlos Lwanga, joven de veintiún años, muchacho de toda la confianza del rey y que ocupaba los cargos más delicados. Hasta que vino la solicitación del rey: ¿Quieres, sí o no? Y como Carlos se negó en redondo a satisfacer los deseos lujuriosos del monarca, fue arrojado al calabozo. Era el primero que entraba en la prisión, porque pronto le iban a acompañar los otros compañeros que se enfrentaban al rey en sus pretensiones impuras. Llevados los trece al lugar de la ejecución, son atados cada uno en un poste sobre la leña, y encerrados en una red de cañas. Se prende la llama, que sube poco a poco, porque han de morir a fuego lento. Los verdugos contemplan ahora un espectáculo insospechado. No se oye ni un grito de dolor, ni una queja. Los que hacen oración, como ellos los llaman, no hacen sino elevar plegarias al Cielo…
Así se extinguen las vidas preciosas de los Mártires de Uganda. Pasa muy pronto la persecución, y los católicos se multiplican por miles y miles, hasta constituir en su tierra una de las Iglesias más florecientes de Africa, que tantas almas está enviando al Cielo.
Otra vez el testimonio de los mártires, en juego la pureza de corazón, morir antes que pecar.