Mc 13, 24-32: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

En el Evangelio de hoy se nos presenta el discurso del final de los tiempos. Utiliza un lenguaje apocalíptico: “el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”. Pero el acento no esta puesto en estas catástrofes, lo importante esta en lo que sigue: “entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria”. “El Hijo del hombre es Jesús mismo, es Él el verdadero acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo, permanece como el punto firme y estable”. (ángelus, P.Benedicto XVI, 18 Noviembre de 2012). Quiere provocarnos una toma de conciencia, nos hace una llamada a la conversión y nos invita a acoger a Dios en nuestra vida, dejándonos transformar por Él, viviendo la esperanza a la que nos llama, con el lenguaje apocalíptico que utiliza, viene a señalarnos que se podrá bambolearse todo, pero no todo se tambalea, el Señor permanece, el Señor esta cerca, cielo y tierra pasaran pero sus palabras no, el Señor es fiel, cumple sus promesas. Todo pasa -nos recuerda el Señor-, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados.

Nos acercamos a la catequesis dada sobre este pasaje evangélico por el Papa Francisco en el ángelus del 15 de noviembre de 2015: “El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico propone una parte del discurso de Jesús sobre los últimos eventos de la historia humana, orientada hacia la plena realización del Reino de Dios.[…]Contiene algunos elementos apocalípticos, como guerras, carestías, catástrofes cósmicas[…]Sin embargo, estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central en torno al cual gira el discurso de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su regreso al final de los tiempos.
Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado. Yo os quisiera preguntar: ¿cuántos de vosotros pensáis en esto? Habrá un día en que yo me encontraré cara a cara con el Señor. Y ésta es nuestra meta: este encuentro. […]El triunfo de Jesús al final de los tiempos, será el triunfo de la Cruz; la demostración de que el sacrificio de uno mismo por amor al prójimo y a imitación de Cristo, es el único poder victorioso y el único punto fijo en medio de la confusión y tragedias del mundo.
[…]También en nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y tampoco la adversidad y las desgracias de todo tipo. Todo pasa —nos recuerda el Señor—; sólo Él, su Palabra permanece como luz que guía, anima nuestros pasos y nos perdona siempre, porque está al lado nuestro. Sólo es necesario mirarlo y nos cambia el corazón. Que la Virgen María nos ayude a confiar en Jesús, el sólido fundamento de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su amor.”

Hoy celebramos la VIII Jornada Mundial de los pobres y tiene como lema: “La oración del pobre sube hasta Dios” (cf. Sirácida 21,5) en su mensaje el Papa Francisco nos exhorta “a cada uno a hacerse peregrino de la esperanza, ofreciendo signos concretos para un futuro mejor. No nos olvidemos de cuidar «los pequeños detalles del amor» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 145): saber detenerse, acercarse, dar un poco de atención, una sonrisa, una caricia, una palabra de consuelo. Estos gestos no se improvisan; requieren, más bien, una fidelidad cotidiana, casi siempre escondida y silenciosa, pero fortalecida por la oración. […] Estamos llamados en toda circunstancia a ser amigos de los pobres, siguiendo las huellas de Jesús.”

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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