Mc 4, 21-25: La medida que uséis la usarán con vosotros

En aquel tiempo, Jesús dijó al gentio: 
«¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero? No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga». Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio de hoy comienza planteándonos una pregunta:  ¿Se trae el candil para esconderlo? No tendría sentido, si el candil es un instrumento que tiene su misión en facilitarnos la luz, sería absurdo esconderlo. ¿Que pasa entonces con nosotros? ¿Hemos oido los pecados de omisión? ¿Qué ocurre con los dones que se nos han entregado para el bien de la comunidad? Con más frecuencia de la que nos pensamos solemos esconder los dones recibidos, con capa de falsos respetos, con nuestra pereza, por no complicarnos la existencia… ¡No podemos esconder nuestra fe en Cristo! Igual que otras tantas realidades,  la fe no se puede ocultar,  porque nos configura, nos transforma y se irradia en la vida. Estamos llamados a ser luz para los demás. Todas nuestras obras y acciones son reflejo de que creemos y como es nuestra fe.
El Papa Francisco nos recuerda que “el cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no lleva la luz, una vida sin sentido.”
En el pasaje evangélico también nos presenta una posible regla de vida,  una fórmula que es de gran importancia: “La medida que uséis la usarán con vosotros”,  tratar a los demás cómo queremos ser tratados. Esto se nos quedaría reducido a un mero humanismo, aunque no es poco. No hace falta pensar mucho para descubrir cómo quisiéramos que nos trataran los demás, cómo nos gustaría que pensaran de nosotros, qué querríamos que los demás hicieran por nosotros,… No nos dice que hagamos a los demás lo mismo que los demás nos hacen, sino que nos insiste en hacer a los demás lo que quisiéramos que hicieran por nosotros. Si esto ya nos parece mucho, no lo es todo. Mirando al Señor que debería ser nuestra regla de vida, si nos dejamos transformar por Él, si buscamos parecernos, si nos apasiona recorrer sus mismas huellas, entonces, solo entonces, percibimos que el listón está muchísimo más alto, os recomiendo la lectura del capítulo doce, a partir del versículo doce de la carta de S. Pablo a los Romanos donde les propone unas actitudes a los cristianos-   “Firmes en la tribulación […] bendecid a los que os persiguen […] a nadie devolváis mal por mal. Procurad lo bueno […] en la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros manteneos en paz con todo el mundo […] si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber […] No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien”.  (Rom 12, 12-21). La llamada del amor siempre es más exigente, Jesús a sus discípulos invitaba a amar a los enemigos, orar solicitando bendiciones para ellos, amar al que no te ama, incluso amar a quien te desea el mal. Hay que hacer todo movidos por el amor a Dios. Sólo el amor a Dios nos da la fuerza para amar, solo Él puede capacitarnos para amar, como Él nos ama.
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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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