Mc 7,31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. 
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»). 
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el evangelio de hoy nos aparece el Señor sanando a un sordomudo, una persona incapacitada para oír, con dificultad para la relación, con limitaciones para poder comunicarse. Creo que no solo se esta refiriendo a la sordera física, es posible que también con este pasaje nos este invitando a abrir nuestros oídos a la palabra de Dios, como dice el invitatorio: “Si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón”. Nos encontramos en tiempos de falta de escucha, muy difícil poder llegar al corazón del que tenemos cerca si nos falta este primer paso, nos sobran ruidos, distracciones, salir de nosotros mismos para ofrecer nuestro tiempo al otro, dejándole que pueda sacar lo que lleva dentro, a poder sacar heridas, sufrimientos, dolores, frustraciones… me viene a la mente la gran lección de Nuestro Señor con aquellos caminantes que se dirigían a la aldea de Emaús, sabría Él lo que había sucedido, si lo había vivido en sus carnes, -como se dice- y sin embargo,  dejó que sacaran todas sus desilusiones y con paciencia les permitió que hablaran todo lo que llevaban, que aflorara todas sus quejas, lamentaciones… para después iluminar con la Palabra de Dios, y la reacción de ellos, bellísima: “no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras”. Cuántas sanaciones se producen simplemente con verbalizar nuestros problemas. Un ministerio muy necesario en estos días.
Para las pistas de meditación de hoy, acudo a las reflexiones realizadas por el Papa Francisco, en el ángelus del 6 de septiembre de 2015 y del Papa  Benedicto XVI, en el ángelus del 9 septiembre 2012.
“El Evangelio de hoy relata la curación de un sordomudo por parte de Jesús, un acontecimiento prodigioso que muestra cómo Jesús restablece la plena comunicación del hombre con Dios y con los hombres. […] La primera cosa que Jesús hace es llevar a ese hombre lejos de la multitud: no quiere dar publicidad al gesto que va a realizar, pero no quiere tampoco que su palabra sea cubierta por la confusión de las voces y de las habladurías del entorno. La Palabra de Dios que Cristo nos transmite necesita silencio para ser acogida como Palabra que sana, que reconcilia y restablece la comunicación”. (P. Francisco, ángelus, 6 sept. 2015)
“En el centro del Evangelio de hoy hay una pequeña palabra, muy importante. Una palabra que -en su sentido profundo- resume todo el mensaje y toda la obra de Cristo […] “ábrete” […]Cristo se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla al corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás”. (P. Benedicto XVI, ángelus, 9 sept. 2012).
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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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