Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy nos encontramos con un pasaje de los llamados vocacionales, con la invitación expresa al seguimiento de Mateo. Es de admirar como responde a dicha invitación al seguimiento, es con prontitud, es inminente.
Con la invitación realizada a S. Mateo, vemos como el Señor pone su mirada en una persona que no esta bien considerada entre los suyos, es un publicano. Se nos revela el corazón intimo de Ntro. Señor, para Él nadie queda al margen, este modo de proceder despertara entre los que se creen buenos la critica y la intransigencia, aprovechará el Señor para corregir esa actitud y plantear dos temas cruciales para ser sus discípulos:
El primero, que ante el Señor todos andamos necesitados, todos estamos faltos de amor, de aquí la llamada a la conversión, “he venido a los enfermos” y cuando uno descubre ese amor tan inmenso de Dios, no merecido por nuestra parte, una vez acogido , este innumerable regalo, quien lo acoge, experimenta su pertenencia a Cristo y quiere corresponder con su vida, “como pagare al Señor tanto bien” -como expresa el salmista. Por eso la llamada a los insatisfechos, los que buscan, los que desean más, los que aspiran a la plenitud, todos ellos, acogen con alegría la invitación, inician el camino de transformación, desean y aspiran a cambiar su corazón, y lógicamente, se termina expresando en su carácter, en su obrar, en sus acciones, en su vida.
Y la segunda, nos la expresa con la petición: “misericordia quiero”, la misericordia es algo más que justicia. Es un amor comprensivo, dispuesto a perdonar que acoge a todos, que esta cerca del que más lo necesita, no da a nadie por perdido, ha venido a curar, a perdonar, a salvar. La iglesia con su misión de ser testimonio de la misericordia, con la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos somos llamados a dar consuelo a cada hombre.
Creo que nos puede enriquecer mucho la catequesis dada por el Papa Benedicto XVI, en el ángelus del 8 de junio 2008, donde profundiza sobre el pasaje evangélico: “En el centro de la liturgia de la Palabra […] está una expresión del profeta Oseas, que Jesús retoma en el Evangelio: «Quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos» (Os 6, 6). Se trata de una palabra clave, una de las palabras que nos introducen en el corazón de la Sagrada Escritura. El contexto, en el que Jesús la hace suya, es la vocación de Mateo, de profesión «publicano», es decir, recaudador de impuestos por cuenta de la autoridad imperial romana; por eso mismo, los judíos lo consideraban un pecador público. Después de llamarlo precisamente mientras estaba sentado en el banco de los impuestos —ilustra bien esta escena un celebérrimo cuadro de Caravaggio—, Jesús fue a su casa con los discípulos y se sentó a la mesa junto con otros publicanos. A los fariseos escandalizados, les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. (…) No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13). El evangelista san Mateo, siempre atento al nexo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en este momento pone en los labios de Jesús la profecía de Oseas: «Id y aprended lo que significa: «Misericordia quiero y no sacrificios”».
Es tal la importancia de esta expresión del profeta, que el Señor la cita nuevamente en otro contexto, a propósito de la observancia del sábado . También en este caso, Jesús asume la responsabilidad de la interpretación del precepto, revelándose como «Señor» de las mismas instituciones legales. Dirigiéndose a los fariseos, añade: «Si comprendierais lo que significa: «Misericordia quiero y no sacrificios», no condenaríais a personas sin culpa» (Mt 12, 7). Por tanto, Jesús, el Verbo hecho hombre, «se reconoció», por decirlo así, plenamente en este oráculo de Oseas; lo hizo suyo con todo el corazón y lo realizó con su comportamiento, incluso a costa de herir la susceptibilidad de los jefes de su pueblo. Esta palabra de Dios nos ha llegado, a través de los Evangelios, como una de las síntesis de todo el mensaje cristiano: la verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo. Esto es lo que da valor al culto y a la práctica de los preceptos.”