EVANGELIO DEL DÍA: Mt 21, 33-43: Había un propietario que plantó una viña, la arrendó a unos labradores.

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EVANGELIO DEL DÍA:
Mt 21, 33-43: Había un propietario que plantó una viña, la arrendó a unos labradores.

Escuchad otra parábola: «Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

En el Evangelio de hoy el Señor vuelve a recurrir a las parábolas. La parábola de los viñadores homicidas como se le ha catalogado constituye un compendio de la historia de la salvación del hombre por Dios. En esta perspectiva histórico-salvífica se nos hace una llamada a la conversión, es una invitación también para nosotros de dar frutos según Dios.

Para profundizar en el pasaje evangélico de hoy acudo a la homilía dada por el Papa Benedicto XVI, el 2 de octubre de 2005: “la imagen de la vid, la vid se han convertido también en imagen del don del amor, en el que podemos experimentar de alguna manera el sabor de lo divino. Y así la lectura del profeta, que acabamos de escuchar, comienza como cántico de amor:  Dios plantó una viña. Es una imagen de su historia de amor con la humanidad, de su amor a Israel, que él eligió. Por consiguiente, el primer pensamiento de las lecturas de hoy es este:  al hombre, creado a su imagen, Dios le infundió la capacidad de amar y, por tanto, la capacidad de amarlo también a él, su Creador.

[…] Dios nos espera. Quiere que lo amemos:  ¿no debe tocar nuestro corazón esta invitación? […] ¿Hallará una respuesta? ¿O nos sucede lo que a la viña de la que habla Isaías:  Dios «esperaba que diese uvas, pero dio agrazones»? ¿Nuestra vida cristiana no es a menudo mucho más vinagre que vino? ¿Auto-compasión, conflicto, indiferencia?

Con esto hemos llegado automáticamente al segundo pensamiento fundamental de las lecturas de hoy. […] Dios plantó cepas muy selectas y, sin embargo, dieron agrazones. Y nos preguntamos:  ¿En qué consisten estos agrazones? La uva buena que Dios esperaba -dice el profeta-, sería el derecho y la justicia. En cambio, los agrazones son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen sufrir a la gente bajo el yugo de la injusticia.

En el evangelio la imagen cambia:  la vid produce uva buena, pero los labradores se quedan con ella. No quieren entregársela al propietario. Apalean y matan a sus mensajeros y asesinan a su Hijo. Su motivación es simple:  quieren convertirse en propietarios; se apoderan de lo que no les pertenece.[…] Este aspecto resalta plenamente en la parábola de Jesús:  los labradores no quieren tener un amo, y esos labradores constituyen un espejo también para nosotros. Los hombres usurpamos la creación que, por decirlo así, nos ha sido dada para administrarla. Queremos ser sus únicos propietarios. Queremos poseer el mundo y nuestra misma vida de modo ilimitado. Dios es un estorbo para nosotros. O se hace de él una simple frase devota o se lo niega del todo, excluyéndolo de la vida pública, de modo que pierda todo significado. La tolerancia que, por decirlo así, admite a Dios como opinión privada, pero le niega el ámbito público, la realidad del mundo y de nuestra vida, no es tolerancia sino hipocresía. Sin embargo, donde el hombre se convierte en único amo del mundo y propietario de sí mismo, no puede existir la justicia. Allí sólo puede dominar el arbitrio del poder y de los intereses. Ciertamente, se puede echar al Hijo fuera de la viña y asesinarlo, para gozar de forma egoísta, solos, de los frutos de la tierra. Pero entonces la viña se transforma muy pronto en un terreno yermo, pisoteado por los jabalíes, como dice el salmo responsorial.

Así llegamos al tercer elemento de las lecturas de hoy. El Señor, tanto en el  Antiguo Testamento como en el Nuevo, anuncia el juicio a la viña infiel. […] Con este evangelio, el Señor nos dirige también a nosotros las palabras que en el Apocalipsis dirigió a la Iglesia de Éfeso:  «Arrepiéntete. (…) Si no, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero». También a nosotros nos pueden quitar la luz; por eso, debemos dejar que resuene con toda su seriedad en nuestra alma esa amonestación, diciendo al mismo tiempo al Señor:  «Ayúdanos a convertirnos. Concédenos a todos la gracia de una verdadera renovación. No permitas que se apague tu luz entre nosotros. Afianza nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, para que podamos dar frutos buenos».

[…] el verdadero desenlace de la historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al final, él vence, vence el amor. En la parábola de la viña propuesta por el evangelio de hoy y en sus palabras conclusivas se encuentra ya una velada alusión a esta verdad. También allí la muerte del Hijo no es tampoco el fin de la historia, aunque no se narra directamente el desenlace del relato. Pero Jesús expresa esta muerte mediante una nueva imagen tomada del Salmo:  «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». De la muerte del Hijo brota la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña. Él, que en Caná transformó el agua en vino, convirtió su sangre en el vino del verdadero amor, y así convierte el vino en su sangre. En el Cenáculo anticipó su muerte, y la transformó en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su sangre es don, es amor y, por eso, es el verdadero vino que el Creador esperaba. De este modo, Cristo mismo se ha convertido en la vid, y esta vid da siempre buen fruto:  la presencia de su amor por nosotros, que es indestructible.

Así, estas parábolas desembocan al final en el misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos da el pan de la vida y el vino de su amor, y nos invita a la fiesta del amor eterno. Celebramos la Eucaristía con la certeza de que su precio fue la muerte del Hijo, el sacrificio de su vida, que en ella sigue presente. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva, dice san Pablo. Pero sabemos también que de esta muerte brota la vida, porque Jesús la transformó en un gesto de ofrenda, en un acto de amor, cambiándola así profundamente:  el amor ha vencido a la muerte. En la santa Eucaristía, él, desde la cruz, nos atrae a todos hacia sí y nos convierte en sarmientos de la vid, que es él mismo. Si permanecemos unidos a él, entonces daremos fruto también nosotros, entonces ya no produciremos el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino bueno de la alegría en Dios y del amor al prójimo.”

Celebramos hoy también la memoria de San Francisco, tuvo una juventud díscola y frívola, tuvo un encuentro con un leproso que le cambio la vida, y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. En el pequeño templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen románica de Cristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa contemplación: «Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina”. Instituyó a los Hermanos Menores, predicó el amor de Dios a todos.

Feliz día del Señor, feliz domingo. Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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