En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio que se proclama la víspera de la festividad de la Asunción es muy breve, pero nos señala a la Bienaventurada Virgen María como modelo de escucha y cumplidora de la Palabra de Dios en su vida, si aquella mujer del gentío, le lanzo todo un piropo a su madre, “bienaventurado el vientre que te llevó”, el Señor no se queda atrás, le agrada que ensalcen a su madre y con la bienaventuranza que lanza, -todo un piropo para la Bienaventurada Virgen María-, nadie como Ella acogió la Palabra de Dios y la cumplió, con su “Hágase”, busco siempre la voluntad de Dios, “que se cumpla en mí tu palabra” le dijo al mensajero de Dios. -al ángel Gabriel- mucho tenemos que aprender de Ella y con Ella. El Señor nos regala otra bienaventuranza, otra vía de dicha y plenitud y nos señala la acogida de la Palabra de Dios, como itinerario para nuestra felicidad, plenitud y salvación.
En la Audiencia General del 27 de enero de 2021, el Papa Francisco, aborda la importancia de la Palabra, de las Sagradas Escrituras: “Las palabras de la Sagrada Escritura no han sido escritas para quedarse atrapadas en el papiro, en el pergamino o en el papel, sino para ser acogidas por una persona que reza, haciéndolas brotar en su corazón. La palabra de Dios va al corazón. […] es necesario acercarse a la Biblia sin segundas intenciones, sin instrumentalizarla. El creyente no busca en las Sagradas Escrituras el apoyo para la propia visión filosófica o moral, sino porque espera en un encuentro; sabe que estas, estas palabras, han sido escritas en el Espíritu Santo y que por tanto en ese mismo Espíritu deben ser acogidas, ser comprendidas, para que el encuentro se realice.
[…] Nosotros leemos las Escrituras para que estas “nos lean a nosotros”. […]Y la Palabra de Dios, impregnada del Espíritu Santo, cuando es acogida con un corazón abierto, no deja las cosas como antes, nunca, cambia algo. Y esta es la gracia y la fuerza de la Palabra de Dios.
[…] La Palabra inspira buenos propósitos y sostiene la acción; nos da fuerza, nos da serenidad, y también cuando nos pone en crisis nos da paz. […] Así la Palabra de Dios se hace carne —me permito usar esta expresión: se hace carne— en aquellos que la acogen en la oración.”