Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El Evangelio de hoy nos presenta la Transfiguración, justo después de anunciar a los discípulos su pasión, y ellos mostrando su no comprensión, incluso su escándalo ante la cruz, es cuando decide invitar a Pedro, Santiago y Juan, para que le acompañen a un monte alto, allí vivieron una experiencia que les impresionó, podríamos calificarla de una experiencia grandiosa, fuerte e intensa, hasta tal punto, de no pensar en ellos y exclamar: Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Toda una pedagogía por parte del Señor al adelantarles su gloria, los prepara para afrontar el escándalo de la cruz. Y en dicha experiencia volvieron a escuchar la voz del Padre: “Esté es mi Hijo amado; escuchadlo”. Toda una recomendación y cuánto bien nos puede hacer en este tiempo de cuaresma: Escuchad al Señor. Acoger su Palabra, dejarla actuar en nuestra vida, dicha Palabra es viva y eficaz, nos transforma y lleva su acción en cada uno de nosotros. ¡Escuchad! ¡Escuchad! Acogedla y dejar que obre en nosotros.
Para la meditación del pasaje de hoy, acudo al ángelus del 1 de marzo de 2015 del Papa Francisco: “En este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos indica la meta de este itinerario de conversión, es decir, la participación en la gloria de Cristo[…] El pasaje evangélico narra el acontecimiento de la Transfiguración[…] está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del “Siervo de Dios” y se consumará su sacrificio redentor. La multitud no entendía esto[…] pensaban que el Mesias seria un liberador del dominio de los romanos, un liberador de la Patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y lo abandonan. Incluso los Apóstoles no entienden[…]¡no comprenden! Jesús entonces toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria, la que tendrá después de su resurrección, para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo por la senda de la prueba, por el camino de la Cruz. Y, así, sobre un monte alto, inmerso en la oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz resplandeciente. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube los envuelve y desde lo alto resuena la voz del Padre: “Esté es mi Hijo amado; escuchadlo”[…] La consigna para los discípulos y para nosotros es esta: “¡Escuchadlo!”. Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con El para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar dispuestos a “perder la propia vida”, entregándola a fin de que todos los hombres se salven: así, nos encontraremos con la felicidad eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos.
Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros hoy al monte de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para acoger su mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el amor es capaz de transfigurar todo. ¡El amor transfigura todo! ¿Creéis en esto?”