Jn 10, 1-10: Yo soy la puerta

En aquel tiempo, dijo Jesús:
En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

En el Evangelio de hoy el Señor se presenta con dos imágenes que se complementan la una a la otra: la del pastor y la puerta del redil; nos encontramos dentro del tiempo pascual, tiempo de gozo donde el Señor se nos revela y muestra la victoria ante el pecado y ante la muerte, en este contexto, celebramos el Domingo del Buen Pastor, también unida a esta fiesta, la jornada mundial de oración por las vocaciones, que lleva como lema este año: “Ponte en camino. No esperes más”. En esta jornada nuestras comunidades eclesiales imploran al Señor que nos bendiga con numerosas y santas vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y misionera, y al matrimonio cristiano.

El Señor se nos revela como el Buen Pastor. El pasaje de hoy nos resalta las actitudes a tener ante el Buen Pastor, destacan dos verbos: escuchar y seguir. “Mis ovejas escuchan mi voz”, de la escucha deriva, luego, el seguir a Jesús: se actúa como discípulos después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro, eso se vera reflejado en la vida y el actuar de cada uno, cuando van impregnando nuestras actitudes y acciones. Concretamente en el pasaje evangélico se nos revela como la puerta, esta puerta es Jesús mismo, quien nos da la vida, y no entrar por Él es dificultar el ofrecimiento que nos hace de salvación, es dejarnos amar por Él, darle permiso para que nos transforme, nos renueve, nos colme, sacie nuestras hambres de plenitud y dicha.

Para profundizar comparto la catequesis dada por el Papa Francisco en el Regina Caeli, del 3 de mayo de 2020: “El cuarto domingo de Pascua, que celebramos hoy, está dedicado a Jesús el Buen Pastor. El Evangelio nos dice: «las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una». El Señor nos llama por nuestro nombre, nos llama porque nos ama. Pero también dice el Evangelio que hay otras voces que no debemos seguir: las de los extraños, ladrones y salteadores que quieren el mal de las ovejas.
Estas diferentes voces resuenan dentro de nosotros. Está la voz de Dios, que habla amablemente a la conciencia, y está la voz tentadora que conduce al mal. ¿Cómo podemos reconocer la voz del buen Pastor de la del ladrón, cómo podemos distinguir la inspiración de Dios de la sugerencia del maligno? Uno puede aprender a diferenciar estas dos voces: hablan dos idiomas diferentes, es decir, tienen formas opuestas de llegar a nuestros corazones. Hablan diferentes idiomas. Así como sabemos distinguir un idioma de otro, también podemos distinguir la voz de Dios y la voz del Maligno. La voz de Dios nunca obliga: Dios se propone, no se impone. En cambio, la voz maligna seduce, asalta, fuerza: despierta ilusiones deslumbrantes, emociones tentadoras, pero pasajeras. Al principio halaga, nos hace creer que somos todopoderosos, pero luego nos deja vacíos por dentro y nos acusa: “No vales nada”. La voz de Dios, en cambio, nos corrige, con tanta paciencia, pero siempre nos anima, nos consuela: siempre alimenta la esperanza. La voz de Dios es una voz que tiene un horizonte; en cambio, la voz del maligno te pone contra la pared, te arrincona.
Hay otra diferencia. La voz del enemigo nos distrae del presente y quiere que nos centremos en los miedos del futuro o en la tristeza del pasado —el enemigo no quiere el presente—: nos devuelve la amargura, los recuerdos de las injusticias sufridas, de los que nos han hecho daño…, tantos malos recuerdos. En cambio, la voz de Dios habla al presente: “Ahora puedes hacer el bien, ahora puedes practicar la creatividad del amor, ahora puedes renunciar a los pesares y remordimientos que mantienen tu corazón cautivo”. Nos anima, nos hace avanzar, pero habla al presente: ahora.
Reitero: las dos voces plantean diferentes preguntas en nuestro interior. La que viene de Dios nos dice: “¿Qué es bueno para mí?”. En cambio, el tentador insistirá en otra pregunta: “¿Qué me apetece hacer?”. Qué me apetece: la voz del mal siempre gira en torno al ego, a sus pulsiones, a sus necesidades, al todo y ahora. Es como los caprichos de los niños: todo y ahora. La voz de Dios, en cambio, nunca promete alegría a bajo precio: nos invita a ir más allá de nuestro ego para encontrar el verdadero bien, la paz. Recordemos: el mal nunca nos da paz, causa frenesí primero y deja amargura tras de sí. Así es el estilo del mal.
La voz de Dios y la del tentador, en definitiva, hablan en diferentes “ambientes”: el enemigo prefiere la oscuridad, la falsedad, el chismorreo; por el contrario, el Señor ama la luz del sol, la verdad, la transparencia sincera. El enemigo nos dirá: “Enciérrate en ti mismo, porque nadie te entiende ni te escucha, ¡no te fíes!”. El bien, contrariamente, nos invita a abrirnos, a ser claros y a confiar en Dios y en los demás. Queridos hermanos y hermanas: en este tiempo, muchos pensamientos y preocupaciones nos llevan a volver a adentrarnos en nosotros mismos. Prestemos atención a las voces que llegan a nuestros corazones. Preguntémonos de dónde vienen. Pidamos la gracia de reconocer y seguir la voz del buen Pastor, que nos saca del redil del egoísmo y nos guía hacia los pastos de la verdadera libertad. Que Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo, guíe y acompañe nuestro discernimiento.”

Recemos al Señor por nuestros pastores de la iglesia y por los  seminaristas que se están formando, por su perseverancia y por las vocaciones a la vida consagrada y misionera, por los matrimonios cristianos y por todos los jovenes. Que la gracia de Dios les ayude a tener una generosa disponibilidad del corazón a la acción divina. Que el Señor nos bendiga con vocaciones santas.
Feliz día del Señor, feliz domingo. Concluimos con la petición del P. Benedicto XVI: “Fortalecidos por la alegría pascual y por la fe en el Resucitado, confiemos nuestros propósitos y nuestras intenciones a la Virgen María, madre de toda vocación, para que con su intercesión suscite y sostenga numerosas y santas vocaciones al servicio de la iglesia y el mundo”. (Regina Caeli, 15 mayo 2011).

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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