Mc 1,29-39: Curó a muchos enfermos de diversos males

Y enseguida, al salir ellos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca». Él les responde: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy nos presenta al Señor, sanando y curando y cercano de los que sufren, comienza con la curación de la suegra de Pedro. Nos aparece el Señor como el verdadero “medico” que necesitamos para que nos cure de nuestras enfermedades, que son muchas, aunque la más profunda enfermedad del hombre es la ausencia de Dios, y también cuando nos domina el mal y el pecado, y sólo la reconciliación con Dios, puede darnos la verdadera curación.
Para comentar el Evangelio de hoy recurriré al magisterio de los sucesores de San Pedro, primeramente, comenzare con el Papa Francisco que en el ángelus del 4 de febrero de 2018 comenta este pasaje: “El Evangelio de este domingo prosigue la descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, […] con los signos de curación que realiza para los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.
La jornada de Jesús en Cafarnaúm empieza con la sanación de la suegra de Pedro y termina con la escena de la gente de todo el pueblo que se agolpa delante de la casa donde Él se alojaba, para llevar a todos los enfermos. La multitud, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, «el ambiente vital» en el que se realiza la misión de Jesús, hecha de palabras y de gestos que resanan y consuelan. […] Los milagros, de hecho, son «signos», que invitan a la respuesta de la fe; signos que siempre están acompañados de palabras, que las iluminan; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Cristo.
En el ángelus del 8 de febrero 2015 el Papa Francisco aborta también este pasaje evangélico: “Predicar y curar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación anuncia el reino de Dios, y con la curación demuestra que está cerca, que el reino de Dios está en medio de nosotros. […] Él se revela médico, tanto de las almas como de los cuerpos, buen samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana. […] Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo.”
Después, me acogeré al magisterio del Papa Benedicto XVI que en el ángelus del 5 de febrero de 2012 comenta este mismo pasaje evangélico: “Jesucristo vino para vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su victoria, obtenida con su muerte y resurrección.
Un día Jesús dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos». […] la enfermedad es siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil. Cuando la curación no llega y el sufrimiento se prolonga, podemos quedar como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del Mal? Ciertamente con el tratamiento apropiado —la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y por ello estamos agradecidos—, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a las personas a quienes sana: Tu fe te ha salvado. Incluso frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que humanamente es imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera que derrota radicalmente al Mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que le venía del Padre, así también nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios.”
Otro punto, que nos puede iluminar en nuestra meditación es contemplar al Señor haciendo oración. Vemos varias veces al Señor acudiendo a la oración, hasta tal punto que los discípulos le pidieron que le enseñaran a orar, en el pasaje de hoy,  observamos,  como muy de madrugada se retira a un lugar tranquilo a orar. Es necesario intimar con Dios, dedicar tiempo a hablar con Dios, para que él nos capacite para mirar a los otros como somos mirados por Él. Necesitamos estar unidos al Señor para que lo que realicemos perdure en el tiempo y lleve su unción y gracia. Santa Teresa solía decir: “los que no hacen oración son tullidos”.
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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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