Mc 4, 35-41: Se levantó una fuerte tempestad

Ayer finalizábamos los Ejercicios Espirituales y el director espiritual de ellos, D. Jesús Murgui, en la actualidad obispo emérito de la diócesis vecina, nos ha ayudado con sus meditaciones impregnadas por la vivencia personal de su mes de ejercicios ignacianos, dicha experiencia que le ha dejado buena huella, que ensalzó y ha supuesto toda una caricia del Señor para él.
  Aprovecho para agradecer su ayuda, por las celebraciones vividas, por sus palabras que se notaban que brotaban pasadas por su corazón, sus puntos para la oración, su disponibilidad para la escucha, y tantas cosas, que el Señor le premie su disponibilidad y acompañamiento en estos días. GRACIAS.
Y a vosotros, gracias también por vuestras oraciones, solo el Señor sabe el bien que nos han hecho. GRACIAS.
EVANGELIO DEL DÍA:
Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
El evangelio de hoy nos presenta el pasaje de la tempestad calmada. “Se levantó una fuerte tempestad…”  Tarde o temprano, a lo largo de nuestra vida, alguna que otra tempestad nos toca capear. Podríamos decir, aunque sea de modo figurado, cuando se nos tambalea todo, parece que nos hundimos, que nos arrancan la esperanza, que todo se desmorona, que de pronto todo cambia, ante la perdida de un ser querido, una enfermedad grave, traición de los que quieres, infidelidades, penurias económicas, comenzar de cero, catástrofe, accidente, calumnias, mentiras, falsedades… y un largo etcétera. El Señor corrige a los discípulos porque muestran miedo, y lo une a una falta de fe.
En la pandemia, todavía recuerdo al Papa Francisco cruzando la plaza de San Pedro, en solitario, incluso estaba lloviznando… y en ese momento de oración nos ofreció una bellísima catequesis del pasaje de la tempestad calmada, impartida el 27 de marzo de 2020, de la cual comparto algunos subrayados:
“«Al atardecer». Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos.[…] Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
[…]«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela, se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. […] La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. […] En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.[…]”
Como cada sábado, la iglesia nos invita a honrar a nuestra Madre la Santísima Virgen María, sabemos que ella nos ayuda y nos acompaña para crecer en el amor de su Hijo, con María a Jesús. En la escuela de María aprendemos a seguir al Señor, ella nos enseña las claves del verdadero discípulo: “Haced lo que El os diga” .
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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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