En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro.
Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Él le contestó: «Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:
En el Evangelio de hoy continuamos con los encuentros con el Señor y las curaciónes. Jesús y sus discípulos se acercaron a un lugar no muy religioso. Nos relata el evangelista la intención del Señor de procurar pasar desapercibido, sin embargo, una mujer nos la describe como no creyente, pagana, se le acercó y comenzó a suplicar la curación de su hija. La respuesta dada por el Señor desconcierta, pero la mujer sigue insistiendo, echada a sus pies, rogaba por la curación de su hija. El Señor se olvida de su propósito de pasar desapercibido, deja sus planes, acoge, escucha y vuelve a hacer de su vida una entrega, sirve, libera, ama y destaca los valores de esa mujer. Con profunda sencillez volvió a rogar para que le curara a su hija. Todo un ejemplo de oración de intercesión, un modelo de insistencia, una muestra de perseverancia y una pauta de confianza. En esa mujer fenicia de Siria, vemos reflejadas las características de la verdadera oración: fe, humildad, perseverancia y confianza.
Este pasaje evangélico nos enseña a ser audaces en la oración, a pedir lo que realmente necesitamos, a hacerlo con fe, con una adhesión filial a Dios. A no abandonar, a seguir insistiendo. Esta es la fuerza de la oración: Todo es posible para el que cree. Y desde el encuentro con el Señor, desde la intimidad de la oración, disponer el corazón para aceptar la voluntad del Padre.