EVANGELIO DEL DÍA Mc 4, 35-40: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

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NOTA: Querida familia de las PISTAS DE MEDITACIÓN, aprovecho para comunicaros que tengo la gran suerte de poderme retirar unos días para incrementar la escucha y la intimidad con el Señor, esta tarde, Dios mediante, partiré para la casa de Ejercicios de Villa Pilar, podré estar unos días de silencio, descanso, oración… y para ello desconectare el móvil, no sé -ya no me acuerdo- los años que estoy conectado, de noche y de día, siempre pendiente, siempre queriendo estar al servicio, un enfermo, un fallecido que urge poner la hora del entierro, una llamada de auxilio, uno que reclama tu tiempo para que lo escuches, uno que te solicita que compartas tu fe, un tiempo de escucha para consolar, animar… en definitiva, queriendo servir y amar, disponible las 24 h., bueno, perdonarme, lo único que quería comunicaros es que a partir de que esta tarde entre en el vehículo y me ponga en camino para la casa de Villa Pilar desconectare el móvil, lo apagare, ufff… ¡que gustazo! Y a vivir este regalo del Señor que son los Ejercicios Espirituales, eso quiere decir que por primera vez, faltare a la cita de compartir estas pistas de meditación y nos volveremos a encontrar cuando pasen estos días. Acordaros de los sacerdotes que en estos días estaremos de Ejercicios, una oración, una petición al Señor para que nos siga transformando, y podamos ser instrumentos en sus manos.
Feliz Semana y atentos al paso de Dios en vuestras vidas.

EVANGELIO DEL DÍA
Mc 4, 35-40: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

PISTAS PARA LA MEDITACIÓN:

En el Evangelio de hoy nos encontramos con la tempestad en el lago que el Señor calma con su poder. Es fácil vernos identificados con los apóstoles, ya que en nuestras vidas tenemos momentos de prueba, cuando nos vemos azotados por múltiples peligros, cuando nos visita insistentemente el dolor, cuando el mal parece que triunfa, cuando se oscurece el bien, cuando nos toca sufrir injustamente, cuando aparece la desgracia, la pobreza o la muerte hacen acto de presencia en nuestra vida, cuando, en una palabra nos duele el silencio de Dios, parece que se ha olvidado de nosotros, parece que se ha desentendido, entonces, surge fácilmente la queja en nuestros labios: Señor, ¿no te importa que nos hundamos?

Si nuestro grito es oración esta bien; pero si es desconfianza en la Providencia, cuando se convierte en duda y en falta de fe, entonces viene bien escuchar del Señor el correctivo: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

La fe es lo único que puede dar respuesta a nuestros interrogantes angustiosos. Es más fácil en las pruebas conocernos y experimentar el amor Salvador del Señor. En las pruebas se manifiesta nuestra fragilidad y es más fácil conocernos, se descubren nuestros miedos y temores. Y también es más fácil experimentar la grandeza del poder de Dios. Cuando soy débil es cuando le dejo al Señor que actué grandemente.

Traigo a nuestra meditación la reflexión realizada por el Papa Francisco en un momento muy necesario y muy especial vivido en esta pandemia, todavía tenemos clavada en nuestras retinas y en nuestra memoria la celebración realizada en la plaza de S. Pedro, el 27 de marzo del 2020, ese momento de oración, allí utilizó de guía el pasaje evangélico que nos ofrece la liturgia de este domingo, destaco algunos subrayados : “«Al atardecer». Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. […] Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, […] ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto[…] «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». […] Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. […] Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. […] El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor […] Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante, que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo». Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” .”

Feliz día del Señor. Feliz domingo.
Que tengas un buen día.
Jesús Aguilar Mondéjar (Chechu), sacerdote.

 

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Jesús Aguilar Mondéjar

Consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Diócesis de Cartagena.

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